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En defensa del liberalismo

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En las próximas elecciones puede triunfar un líder populista de derecha o de izquierda. Esto está entre las posibles alternativas, dada la poca credibilidad de los ciudadanos frente a los políticos y partidos tradicionales. Si el populismo de derecha llega a la presidencia –Ordóñez–, orientado por un discurso moralista, neoconservador y apoyado en las comunidades cristianas y evangélicas, no solamente se reversará el proceso de paz, sino que se suprimirá el conjunto de valores liberales consagrados en la Constitución. Si el populismo de izquierda –Petro– obtuviese el triunfo electoral, sucedería algo similar con los valores liberales contenidos en la Carta.

Para el populismo de izquierda la democracia es sinónimo de la regla de la mayoría. Este planteamiento podría conducir al desconocimiento del sistema de controles y equilibrios entre los poderes y a la subordinación de los derechos fundamentales al interés de las mayorías.

La posición de la senadora liberal Morales es también antiliberal. Discrimina a las parejas homosexuales y pretende apoyarse en las mayorías creyentes, cristianos y evangélicos, con el fin de excluir a las minorías y negarles sus derechos fundamentales. Los representantes de estas posturas, profundamente antiliberales, pueden encontrar millones de votos entre un electorado hastiado por la corrupción, el clientelismo y el cinismo de la mayoría de los políticos.

¿Por qué defender ideales liberales en esta coyuntura política, en la cual líderes populistas pueden llevar a que el sistema constitucional vigente caiga presa de la tiranía de la mayoría?

Porque el liberalismo, y aclaro, no el que representa el Partido Liberal, sino el liberalismo filosófico que está plasmado en la Constitución del 91, es el pensamiento político que permitiría la construcción de una sociedad justa y equitativa.

En una sociedad abierta, como la concibieron los liberales, se deben institucionalizar como un mínimo la libertad de discusión y de decisión, la seguridad personal, el gobierno constitucional, la tolerancia religiosa, la libertad de empresa y de mercado. El liberalismo social se ha ocupado de la equidad de las oportunidades económicas, defiende un mínimo social para los miembros menos favorecidos de la sociedad y sostiene la idea de la igualdad de oportunidades educativas para todos. En esta tradición política, la libertad y la democracia están estrechamente vinculadas. Las libertades civiles solo se cumplen realmente dentro de la libertad política, es decir, mediante la participación del ciudadano en los asuntos públicos.

El liberalismo le pone límites al poder de la mayoría por medio del establecimiento de un orden de derechos, los cuales expresan la idea de que los individuos importan intrínsecamente porque son libres y tienen una dignidad. Los derechos garantizan ciertas libertades. En este sentido, la democracia no debe servir exclusivamente a los intereses de las mayorías, como pretenden los populistas de derecha, izquierda y clericales. No podemos tener democracia sin derechos. Los derechos deben atar las manos de la voluntad mayoritaria del pueblo o sus representantes para impedir que los populistas del presente puedan restringir los derechos de las minorías y, en general, de todos los ciudadanos.

Por: Francisco Cortez

Fuente: http://www.elcolombiano.com/opinion/columnistas/en-defensa-del-liberalismo-EB6928565