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Constanza Michelson «La ética del deseo tiene que ver con generar que alguien pueda soportar el deseo»

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Constanza Michelson dedica Neurótic@s: Bestiario de Locuras y Deseos Contemporáneos (Planeta), “a todos con quienes hemos compartido nuestras rarezas”. Con “rarezas”, la sicoanalista, autora de Cincuenta Sombras de Freud, columnista y entrevistadora de The Clinic, se refiere a esas fijaciones, obsesiones, ideas indecorosas o miedos que nos fragilizan y que al ser compartidos con otros “generan encuentros más dulces”.

El libro, como ella misma lo define, no es un manual clínico de la neurosis, sino que muestra la lógica de la neurosis en ciertas dinámicas individuales y fotografías que Michelson hace de la sociedad actual marcada por el activismo, el culto a la personalidad que se ejerce a través de las redes sociales, las tendencias alimentarias y de salud, e incluso la irrupción de Trump como figura que pone en jaque todo aquello que se venía diciendo de bueno sobre la “autenticidad”.

Para eso, Michelson es generosa en información: desde aquella que, guardando el secreto profesional, emerge desde su consulta, hasta lo que observa en las redes sociales. Lo suyo no tiene nada que ver con autoayuda, todo lo contrario; arranca de ese espacio de paternalismo y de soluciones dadas para abrir muchas preguntas y hacerlo de la manera más horizontal posible: ella es el primer objeto de observación y, de manera aguda y divertida, abre el texto relatando sus tragicómicas últimas horas como panelista de un programa de TV.

¿Por qué te interesa escribir, si tan solo podrías escuchar?

Siempre quise escribir, por una necesidad de explicarme, desde mis propias palabras, lo que sentía o lo que veía. Luego, ya escribiendo, me he dado cuenta de que en la medida en que me puedo narrar a mí misma, me calmo. Cuando nació mi segunda hija, hice un blog e intenté escribir en medios, pero nadie me pescó. Me di una vuelta larga y siempre era lo mismo: “ah, una mina joven, ya entonces es la sexóloga”.

Joven y rubia: el cliché completo

Claro, media teñida pero, tirada para rubia. Yo pensaba “perdón, pero no soy sexóloga”. Claro, trabajo con sexo porque soy psicoanalista y si algo me interesa del sexo es más la política que la sexología. Pero le di y me comenzaron a invitar a programas como “la sexóloga”, aunque yo insistía que no lo era, pero a nadie le interesaba que no lo fuera.

Una figura utilitaria.

Totalmente. Esa exposición mediática, con algunas cosas que me gustaron y otras no, me abrió las puertas a escribir sobre lo que yo quiero: libros, columnas y entrevistas.

Escribir para calmar (te). ¿A qué te refieres con eso?

Cuando armé mi blog como un espacio para escribir, tuvo que ver con un síntoma: tuve un problema familiar que generó que se me relacionara con algo que yo no quería ni me correspondía. Cada vez que googleaba mi nombre, aparecían los nombres de otros miembros de mi familia (de su padre, el químico Winston Michelson, y de su hermana, una ex miss Chile), jamás el mío, y más encima vinculado a algo que yo no quería. Sentía que mi nombre había sido secuestrado. O me lo cambiaba o me lo apropiaba. Empecé a escribir, a subir esos textos, comenzó a aparecer mi nombre. Fue el mismo ejercicio de “voy a narrarme a mí misma”. Ahora no puedo parar de escribir.

Es decir, no hubieses podido constituirte como escritora sin la urgencia de despegarte del drama al que estabas condenada.

O me inscribía en el mundo como una víctima o como la hija de una familia disfuncional. También estaba la posibilidad de ocultar y por eso, durante mucho tiempo, fui muy tímida. En el colegio no hablaba, en la universidad no hablaba. Estuve en psicoanálisis durante muchos años y fue ahí que me di cuenta de que mi vergüenza tenía que ver con hacerme cargo de una vergüenza que no me correspondía; de ciertos “crímenes” que no eran míos. Y también eran otros tiempos. Todo lo que parecía desviado había que ocultarlo y todos queríamos pertenecer al estándar. Hoy todos queremos ser raros.

Es decir, este nuevo libro tuyo, este bestiario de neuróticos, ¿se puede leer también como una reconciliación con esa parte “rara” de tu biografía?  

Sí, o sea, yo creo que en la medida en que uno puede explorar la condición humana, va entendiendo que estamos hechos de fragmentos, que tenemos muchas contradicciones, que nadie es tan bueno ni tan malo. Se entiende que hay una diversidad, incluso, respecto de uno mismo, de lo que uno cree ser, y que es distinto a esta cosa de la diversidad política, que está bien, pero cuyo propósito es validar ciertas identidades para que tengan una voz en el campo político. A mí juicio, con estas historias de diván que me llegan, esta lucha política por la diversidad, que se cristaliza luego en identidad, deja de ver otras fracturas. Es decir, un heterosexual no es solo un heterosexual y un homosexual tampoco es solo un homosexual. Yo elogio que seamos seres en conflicto, pero hoy nos pensamos como seres en déficit. Y donde hay conflicto, más que vivir nuestras tensiones con cierta altura o cierto espesor para pensarnos nosotros mismos, tenemos que buscar autoayuda rápidamente o cubrirla.

La neurosis es una palabra que se usa a diario. ¿Qué significa desde tu campo, el psicoanálisis?

Se puede definir de varias maneras, pero la voy a definir de esta forma: es finalmente una de las respuestas humanas al problema de que somos seres de lenguaje, es decir, a diferencia de los animales no estamos en las cosas ni en la naturaleza, estamos en el lenguaje. Hablamos sobre las cosas y cuando ya hablas de las cosas, te despegaste, o sea, ya no importa el hambre, sino que el hambre de con quién como, cuánto como, las consecuencias de comer, cómo me van a dar la comida. Empieza a importar todo, digamos, lo cultural en relación a la comida. A diferencia de la perversión o de la psicosis, la neurosis implica que nos importa el otro, nos importa ser amados, nos importa ser reconocidos.

¿La neurosis nos permite vincularnos?

Te lo pongo así: en la neurosis, si tú ahora me dices algo que me sonó mal, que no sé cómo interpretar, podría pasar tres noches sin dormir pensando en eso, en qué te voy a contestar, escribiría un whatsApp que luego borraría, se me hincharía el colon, etc. Toda esa neurosis es porque me importa demasiado ese supuesto agravio. Si no estuviera en el campo de la neurosis, bastaría con cortarte la cabeza y me ahorro el problema. Estamos cayendo en el tiempo de los cínicos, en el sentido de que hay muchos discursos desde lo terapéutico, desde cierto liberalismo que dicen cosas como “ámate a ti mismo por sobre todas las cosas”, “no sufras por los demás”, “si sufres, tómate una pastilla rápidamente”, “mejor no ames, folla mucho pero no ames”. Ese es un pésimo negocio. Estamos peleando por reformas sociales, por un lado, pero al mismo tiempo estamos construyendo una subjetividad totalmente basada en el narcisismo. Por eso el elogio a la neurosis.

Tu libro tiene mucho de actualidad y cultura pop, pero también te muestra como una mujer estudiosa.

Yo soy una intelectual, lo que pasa es que efectivamente he transitado por medios y  exploro sin mucho pudor, porque no me gusta encasillarme en nada. Me permito no cristalizarme en una identidad. Sí, debo decir, que en 2016 he estado más cómoda que antes porque me reconozcan como alguien que no escribe autoayuda y que no es la sexóloga farandulera.

¿Por qué elegiste el psicoanálisis como lugar desde el cual mirar el mundo?

Es una disciplina que comenzó en tiempos patriarcales, pero también se ha criticado a sí misma y te diría que tiene uno de los discursos más subversivos que se pueden escuchar hoy. O sea, lo que hace es interrogar la nueva esclavitud intelectual disfrazada de libertades. Hoy el control no pasa por lo represivo, sino que por la obligatoriedad de ser feliz, de ser de determinada manera, de vivir la sexualidad de determinada forma. El psicoanálisis agujerea esos discursos y más que proponer a dónde hay que llegar, cómo hay que ser, o qué hacer para ser feliz, es un dispositivo que permite interrogarte o que también tú mismo te narres. Te permite esa libertad.

En tu libro hablas de la neurosis de buscar desesperadamente ser “raro”, despegarse de la masa.   

Hay una frase de Dostoievski que dice “si Dios está muerto, todo está permitido”. En el psicoanálisis es al revés: “si Dios ha muerto, está todo prohibido”. Porque, en el fondo, cuando hay un algo, una figura de autoridad, uno puede rebelarse; por lo tanto, en el espacio exterior uno dice “ok, voy a hacer caso, pero en mi espacio interior voy a ser rebelde”. Cuando de alguna manera no existe más ese lugar de autoridad, para tener un espacio propio, nos vamos llenando de demasiadas regulaciones del tipo “sé libre, come lo que quieras, pero sin azúcar”. Al final estamos llenos de regulaciones. Al final está todo prohibido, de alguna manera, y va quedando poco espacio personal para poder criticar esas cosas, porque además estás debatiendo cosas que son buenas. “Ser raro”, además, está hoy asociado a una superioridad moral. Pues pasaste de ser demasiado “normal” o “gris”’, a tener un espacio de visibilidad, digamos.

Frente al anhelo de “ser raro”, ¿qué sería ser auténtico hoy? ¿Es posible serlo?

Es que lo auténtico humano es, en parte, social, es una alineación ineludible. Si de alguna manera queremos salir de lo crudo, tenemos que entrar a lo cocido y ya en lo cocido uno pierde ciertas propiedades, pero también se gana. Eso es lo que permite la humanidad, y que también ha llevado a ciertas aberraciones. El problema de buscar lo auténtico de uno mismo es que obliga a rigidizarse: “soy esto y las cosas son así”. En ese sentido, Trump y cierto ecologismo radical, coinciden en ese punto. O la autoayuda: “búscate a ti mismo”.

Esas rigideces, ¿no son también una forma de salvación? El yoga, ser vegano, no vacunar a los hijos, etc., son “creencias” que rozan la fe religiosa.

Totalmente. Si antes se podía decir que existía la religión tradicional que reunía a mucha gente, hoy todos tenemos un “personal Jesus”. Cada uno busca su dios a la medida y te quedas ahí.  Hoy día la gente sufre porque se siente demasiado ordinaria, común.

Frente a todas esas posibilidades de hacerte distinto que ofrece el mercado, ¿cómo entra el psicoanálisis?

El psicoanálisis es, justamente, una clínica que tiene como ética no llenar, sino que dejar espacios para que tú puedas volver a llenar, abrir un deseo inédito, un deseo que no necesariamente coincida con las restricciones diversas que uno pueda tener. No se trata de encontrarte a ti mismo, ni de tener que inventarse grandes identidades. No es, en ese sentido, una terapia más y de ahí también lo subversivo: no fortalece el Yo, sino dice  “¿sabes qué? Descansa del yo”.

¿Qué significa “deseo” desde el psicoanálisis?

La ética del deseo tiene que ver con generar que alguien pueda soportar el deseo. El deseo es una cuestión súper difícil, o sea, al final ¿qué es la depresión? Es retirarse del campo del deseo. Cuando tú deseas, te enfrentas al rechazo, a tomar una decisión, a que tal vez no estás muy segura de si eso es lo que querías o lo quieres porque hay otro que lo quiere, y están todos esos enredos y toda esa neurosis. Pero no desear genera cosas peores: depresión, adicción, que es “un quiero solamente una cosa”; o narcisismo, que es un “no salgo de mí”. La ética del deseo es salir de la cobardía moral de la depresión. Usamos ese término en el psicoanálisis: “cobardía moral”.

Te ríes harto del activismo en el libro.

Es que el activismo, yo creo, el fanatismo, es muy difícil de criticar porque hay que ser tan cuidadoso para que no se enojen. No creo que haya alguien que diga que quiere un mundo peor, pero el activismo también tiene sus propias razones egóticas y sus propios intereses corporativos, pero instala la barrera de la no crítica y ese es el problema: al poder tradicional uno lo puede criticar porque son evidentes sus intereses. Pero en el activismo bueno, eso no está nada de claro.

Instagram también es un tema para ti. ¿Qué lectura haces de esos esfuerzos por mostrarse tan estético y feliz?

Me parece que siempre hemos tratado de ser lo mismo, pero a través de la palabra que permite cierto encuentro. Por buscar el amor en otro simplemente te encuentras. Eso es distinto a la planicie de la imagen que es como un “apruébame”, que nace desde el narcisismo, y que es muy distinto al “déjame entrar”, “tengamos una conversación”,  “oye, ¿sabes qué? Y después de mostrarnos todas las virtudes que tenemos, viene mostrarse todas las miserias”.

El contacto físico y visual con el otro es irremplazable.

Cuando uno se encuentra con otro cuerpo hay algo de uno que se regula: no se dice todo lo que se piensa, sientes cosas, empiezas a encontrar en el otro algo más allá de los prejuicios. Yo creo que hay que favorecer el encuentro. De hecho, no entiendo esa  tendencia de “la educación en casa”, ante la cual sacar al cabro chico a la calle parece demasiado tradicional y, de paso, separo a mi hijo de los otros, no tan buenos o especiales como el mío.

Fuente: http://www.paula.cl/reportajes-y-entrevistas/entrevistas/constanza-michelson/#