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Macron, un paso por detrás

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Alemania, ausente por crisis; la UE, paralizada por incapacidad de dar respuesta a las enmiendas que pide la globalización –y que anglosajones, chinos, rusos y hasta saudíes ya apuntan–, y Francia, sin la menor oportunidad de aprovecharse de ello para adquirir algún protagonismo. ¿Cómo explicar eso teniendo en cuenta que es el propio Superman quien preside la segunda potencia europea?

¿No era Emmanuel Macron la nueva gran esperanza continental? Si era así, ¿por qué Francia no ha obtenido beneficio, ni adquirido protagonismo alguno, de las largas vacaciones alemanas que comenzaron en septiembre? La respuesta es muy sencilla: la política de Macron se basa en la esperanza de revivir algo que no existe y que se llama pareja franco-alemana.

Alemania no está en pareja con nadie desde hace mucho tiempo. Desde que el subidón nacionalista de su reunificación (1990) y la llegada a la palestra de una nueva generación de políticos sin complejos de culpa la regresara a sus instintos históricos de dominación continental: maximizar las ventajas para Alemania y externalizar los inconvenientes.

Con esa dominante soltera, Macron, último cartucho del neoliberalismo en Francia, llegó a un pacto unilateral construido sobre el supuesto de que el matrimonio continuaba vigente: germanizar Francia con el ajuste presupuestario más drástico (y por decreto) de la historia del país, a cambio de que Alemania flexibilice su política europea, accediendo a un presupuesto propio para los 28 (solidaridad), a un ministro de Finanzas común y a una serie de “convenciones” en las que los ciudadanos europeos discutieran la reforma de la UE. Un detalle: nada de todo eso ha sido suscrito en Berlín. Entre tanto, la política europea de Alemania se hundió y desde hace 425 días, desde la cumbre de Bratislava de septiembre del 2016, se ha opuesto a toda iniciativa de reforma, viniera de parte del italiano Renzi o del francés Hollande.

Macron fue el único candidato a las presidenciales francesas recibido por Merkel, su primer viaje presidencial fue a Berlín. Recibió en el Elíseo a Peter Hartz, el artífice de las famosas reformas Hartz del canciller Schröder para recortar gasto social, precarizar el trabajo y extender una nueva pobreza asalariada, le pasó el borrador de sus decretos (ordenanzas) en materia de reforma laboral al vicecanciller alemán, Sigmar Gabriel, que los leyó antes que los diputados franceses y dio a leer a Merkel su discurso de La Sorbona para que se lo supervisara.

Este voluntarismo por resucitar una entente que ha pasado a mejor vida no puede ser leído más que como debilidad en Berlín, pero sobre todo no es eficaz para Francia y sus intereses.

Las elecciones de septiembre complicaron aún más la situación, e incluso si se resolvieran con algún tipo de coalición o acuerdo con el SPD, el Bundestag, el Parlamento con más ultraderechistas de Europa Occidental, hará aún más difícil cualquier concesión alemana. El pacto unilateral que Macron improvisó y que ata Francia a Alemania sin contrapartidas condena a Francia a la parálisis en Europa.

Así se explica que Francia no haya sido capaz de sacar beneficio alguno de las largas vacaciones alemanas. La cumbre social de Göteborg, a la que Alemania no asistió con Macron llegando tarde, ha sido un farol. Vendido como avance, su documento de bases representa un claro retroceso respecto a la Carta de derechos fundamentales de los trabajadores adoptada por el Consejo de Europa en… 1989. Mientras tanto, Siemens ha engullido a Alstom, una gran empresa francesa. El proceso continúa.

La crisis alemana ha sumido al establishment francés en la angustia y el desconcierto. Francia espera que Alemania se mantenga “fuerte y estable”, señalaba una nota del Elíseo a principios de la semana.

“Alemania es el pilar de estabilidad de la Unión, los responsables alemanes deben tomar conciencia de sus responsabilidades”, observa con preocupación Le Monde. El diario más germanófilo de Francia se muestra sumamente preocupado por el estatuto de “canciller en suspenso” de Merkel y sigue al detalle la “tempestad política” en aquel país. “La ausencia de gobierno alemán retrasa los proyectos de relanzamiento de la Unión”, dice, sin poner en duda su existencia.

En París, sobre las promesas de “renovación política” y “horizontalidad” de la campaña electoral de la pasada primavera, es la vieja política del dedazo la que se abre paso en el macronismo. Y sin apenas críticas en los medios de comunicación.

Macron decidió en una cena con sus más íntimos colaboradores nombrar al portavoz gubernamental, Christophe Castaner, jefe de su partido/ movimiento, La República en Marcha (REM). En Lyon el congreso de REM se limitó a ratificar la decisión del jefe en un voto a mano alzada.

Este episodio dice mucho no sólo sobre el tradicional estilo de Macron, sino también sobre el papel de los medios de comunicación monopolizados por intereses empresariales en línea con la política presidencial.

En un raro artículo crítico, el comentarista de France Culture Frédéric Says se ha permitido un revelador ejercicio al respecto. Imaginemos, dice, que no hubiera sido Macron, sino que el presidente fuera el líder izquierdista Jean-Luc Mélenchon y que este hubiera convocado a sus colaboradores en un cónclave secreto para decidir quien dirige el movimiento La Francia Insumisa. Imaginemos que Mélenchon decide entonces que el jefe del movimiento fuera su colaborador y hombre de confianza Alexis Corbière y que pocos días después el congreso de La Francia Insumisa ratificara el asunto con un voto a mano alzada.

Los comentaristas irónicos se desatarían contra el “autócrata Mélenchon”, una revista de derechas titularía con “las tentaciones dictatoriales” del presidente de la República. “Nada sorprendente cuando se conocen sus relaciones chavistas”, apuntaría un editorialista de la televisión.

Hay que hacer memoria para recordar que hace sólo seis meses Macron y el movimiento que lleva sus siglas (EM) se presentaban como una gran empresa renovadora y colectiva, cuyos activistas –hoy ya muy mermados– llamaban a los timbres para solicitar la opinión de los franceses acerca de un vasto programa asociativo y participativo. Ahora, “el lado soviético del voto conformado a mano alzada parece dar la razón al centenar de militantes que denunciaron el menoscabo de democracia” con una carta colectiva en la que anunciaban su baja del movimiento macronista, explica el periodista.