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Liberales y segunda vuelta

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No ha sido fácil esta segunda vuelta para muchos de los que se consideran liberales. Sin duda las campañas no han sido especialmente amistosas con la forma de pensar de un grupo que, generalmente, no se lleva bien con la polarización que ha caracterizado la política chilena en este último año.

Evidencia de esta dificultad son las distintas señales que se han dado luego del 17 de noviembre. En primer lugar, Evópoli y Amplitud han respaldado enérgicamente la posición de Sebastián Piñera, algo totalmente esperable considerando que esa fue también su opción en primera vuelta. De ahí en adelante, no hay más llamados institucionales a votar por un candidato u otro. El Partido Liberal, curiosamente del Frente Amplio, ha dado libertad de acción junto a otros partidos menores de su coalición. Red Liberal tampoco ha llamado a votar por ningún candidato, misma decisión que ha comunicado Andrés Velasco, de Ciudadanos, al señalar que el votaría nulo al igual que en la primera vuelta.

Sin embargo, en los últimos dos movimientos la cosa ha sido bastante menos clara. Más allá de la declaración de Red Liberal, Sacha Razmilic, quien fuera su presidente durante los últimos dos años, ha renunciado a su cargo y apoyado la opción de Sebastián Piñera incorporándose a su comando regional en Antofagasta. Similares muestras de apoyo han dado otros miembros del movimiento. Una separación aún más profunda ha ocurrido en Ciudadanos donde, a pesar de la postura de Andrés Velasco, un grupo importante ha apoyado en forma oficial a la opción de centroderecha, entre ellos, Juan José Santa Cruz, Sebastián Sichel, Rafael Guillusasti, Patricio Artiagoitía y Patricio Arrau, todos fundadores del partido junto al ex ministro de Michelle Bachelet.

Aunque en los mencionados movimientos no se han escuchado muchas voces de apoyo al candidato de la Nueva Mayoría, sí existe la idea en un grupo de personas de seguir la propuesta de Velasco y votar nulo. A continuación intento argumentar por qué creo equivocada tal idea.

En primer lugar, me parece irresponsable anular el voto en una segunda vuelta presidencial. Después de un largo camino, nos guste o no, el 17 de diciembre tenemos una papeleta con dos alternativas y no habrá una nueva posibilidad de manifestarse sobre ello en los siguientes cuatro años. Entiendo la idea de anular un voto en una primera vuelta presidencial, pues tal voto de protesta tiene un valor simbólico y dificilmente se definirá la elección en tal instancia. Sin embargo, atendidas las implicancias que la elección tiene para millones de chilenos, decidir anular el voto en una segunda vuelta es finalmente optar por no decidir y desentenderse de las posibles consecuencias, actitud que no sólo demuestra desidia, sino también egoismo. Ello no significa que se deba estar convencido de alguna de las dos opciones, sino simplemente que se evalúa a una por sobre la otra. Tampoco significa que se deba apoyar públicamente a un candidato, pues es razonable que si alguien considera que está optando por un «mal menor» y no se siente orgulloso de ello, puede mantener su opción en secreto. Por tanto, mi primer punto es que, independiente de por quién, lo responsable es votar por alguno de los dos candidatos en una segunda vuelta presidencial.

Habiendo decidido el hecho de votar válidamente, muchos tendrán duda de por quién votar.

Respecto de Guiller se pueden decir pocas cosas positivas. No sólo ha hecho una de las peores campañas de las últimas décadas en Chile, sino también ha sido totalmente incapaz de revertir la imagen de improvización, poca preparación y desorden dentro de sus equipos. Es un candidato que es hasta dificil de evaluar, considerando que hasta pocos días antes de la primera vuelta se mostraba reticente incluso a mostrar un programa de Gobierno. Peor aún, la repentina posibilidad de triunfar en segunda vuelta que se le abrió recientemente lo hizo insistir más en su habilidad para ser ambiguo, toda vez que necesita atraer los 1,3 millones de votos del Frente Amplio sin perder un número excesivo de votos de sectores más moderados. Pero dentro de la ambiguedad hay algunas cosas que sí sabemos. Primero, que es el continuador de un Gobierno que ha demostrado que las malas políticas económicas sí importan y que los malos resultados afectan a todos, especialmente a los más pobres. Segundo, que para la segunda vuelta ha debido hacer gestos a sectores de izquierda y que, muy probablemente, su Gobierno sería aún menos responsable fiscalmente que el Gobierno actual. Tercero, que los malos resultados de la Nueva Mayoría en las elecciones parlamentarias significarán que un Gobierno de Guiller necesitaría los votos del Frente Amplio en cada una de sus reformas relevantes. Y obviamente, esos votos no serán gratuitos.  Cuarto, que además de confiar poco en los individuos, lo que va quedando de la Nueva Mayoría no comparte ciertas características o principios que son comunmente valorados por los liberales: la moderación, la gradualidad, la democracia representativa, la priorización del gasto, la desconfianza en el maximalismo. Y todo ello no puede sino acentuarse con la creciente influencia del Frente Amplio en la centroizquierda. Las razones anteriores, sumado al hecho de que las reformas económicas e institucionales son generalmente muy dificiles de revertir, hacen que un gobierno de Guiller sea altamente indeseable.

En cuanto a Sebastián Piñera entiendo también que muchos liberales tengan dudas. No se sienten cómodos con la influencia que tendría un partido extremadamente conservador dentro de su coalición. Tampoco con sus frecuentes alocuciones a Dios, ni con posturas conservadoras respecto al matrimonio igualitario y el aborto. Sin embargo, creo que nada de eso logra contrapesar las evidentes ventajas que tiene sobre el otro candidato. ¿Significa esto que los puntos anteriores no son importantes? No, para nada. Pero sí significa reconocer dos cosas: i) Que en los mencionados temas la corriente cultural no está a favor de la coalición de centroderecha. Es un hecho que tendremos matrimonio igualitario y mayores derechos reproductivos para las mujeres y, en el peor de los casos, la elección de un gobierno u otro podría afectar mínimamente los tiempos de ello; y ii) Que un eventual gobierno del ex Presidente tampoco contará con las mayorías parlamentarias para frenar ninguno de estos proyectos. No sólo por el hecho que Chile Vamos no cuente con mayoría absoluta en ninguna de las dos cámaras, sino también porque Evópoli consigió un número de escaños que reafirmarán el avance del proyecto de matrimonio igualitario que ya está en discusión (Alguien podría argumentar algo similar respecto de los otros proyectos de centroizquierda, pero la mayoría de ellos son de iniciativa exclusiva del Presidente de la República al significar un mayor gasto). Además de lo anterior, me parece que se ha sobredimensionado el posible peso de la UDI en su próximo gobierno. Es cierto que a comienzos de la campaña se vio más cercano a tal partido, pero ello probablemente respondió a que los otros partidos de la coalición tenían un candidato presidencial propio. Pero la historia a partir de marzo es distinta: El partido más conservador de la coalición tuvo un mal resultado electoral, dejando de ser el partido más grande del país por primera vez en más de una década, mientras que Evópoli sorprendió a todos y formó una bancada que sin duda será relevante. Más aún, el PRI no logró ningún escaño, por lo que los comentarios pretéritos de su presidenta tampoco debiesen ser tema en el futuro. Dado lo anterior, no creo que se ajuste a la realidad el temor de que un próximo gobierno de Sebastián Piñera pudiese ser extremadamente conservador.

Por tanto, me parece que para alguien liberal, la mejor alternativa el 17 de diciembre es votar por Sebastián Piñera. Con él se aspira a poner freno a la desconfianza en el individuo que ha caracterizado a la Nueva Mayoría, se garantizan políticas públicas serias y bien diseñadas, se inclinará la balanza del mayor gasto desde los universitarios hacia los niños y, con muchísima mayor probabilidad, se pondrá en marcha una economía que con sus paupérrimos resultados en los últimos años a perjudicado especialmente a los más pobres. ¿Es gratis lo anterior? Para muchos no lo será, pero los costos serán principalmente simbólicos y menores en comparación al retroceso económico e institucional al que nos llevaría una profundización de la Nueva Mayoría. Para mi, la decisión es clara.

Por Ignacio Parot