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PLAN A

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Por Cristóbal Bellolio

La derecha ya no necesita plan B. Sebastián Piñera va por su segunda presidencia. Hizo lo esperado: si vas primero y ningún misil te hunde, sigues adelante. Piñera no solo va primero: es muy probable que gane la elección. Tuvo tiempo para tomarle el pulso a Guillier. Se aseguró de que el fenómeno estaba contenido.

En el discurso de ayer se fue en la dura: todo lo que hace este gobierno es deplorable y nos conduce directamente al precipicio. En cambio, todo lo que hizo él nos puso en el umbral del desarrollo. No fue un relato de matices. Piñera le dio además un sentido grandilocuente, como si estuviésemos en una encrucijada histórica. En el estilo de Piñera.

Se dio así el lujo de darle a Bachelet la estocada final. Cuando llegó por primera vez a La Moneda, Piñera tuvo que convivir con la sombra incómoda e imponente de una presidenta que se iba con 80 puntos de aprobación. Ahora, en cambio, esa sombra se esfumó. Por eso se sintió con la confianza para ser inmisericorde en la adjetivación de los errores de la actual administración.

El problema central de esa narrativa es que difícilmente se concilian los objetivos de amistad cívica y unidad nacional que dice promover Piñera con una mirada tan unilateral sobre los principios y acciones de sus adversarios. No hay problema con irse en la dura, pero hay que ser consistente: no puedes pedir buena onda si todo lo que sale de tu boca es mala onda. Por lo demás, a Piñera le gustan las frases largas que enumeran todo lo que es bueno y deseable en este mundo, sin advertir que varios de aquellos valores están en legítima tensión. Dejando de lado la justa crítica al despelote del gobierno, no todo es culpa de la ‘ideologización’.

Como fuere, la derecha puede respirar tranquila. La UDI, especialmente, que hizo negocio arrimándose a buen árbol. Ya no hay que quebrarse la cabeza con planes alternativos. Se activa el plan A.