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PARIR UN SUCESOR

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Por Cristóbal Bellolio

Cuenta la leyenda que poco tiempo después de asumir la presidencia de la república, Patricio Aylwin recibió una curiosa pregunta del entonces Canciller de Alemania, Helmut Kohl. El líder teutón –también democratacristiano- quería saber si acaso Aylwin ya tenía en mente a su sucesor. La pregunta tomó a Aylwin por sorpresa. Kohl le habría señalado que hay pocas cosas más importantes en política que la continuidad de la obra propia. En ese sentido, la historia terminó bien para Aylwin, quien pudo entregarle la banda presidencial a su camarada Eduardo Frei Ruiz-Tagle. A su vez, Frei se la entregó seis años después a su ministro Lagos y Lagos seis años después a su ministra Bachelet. Todos cumplieron con la tarea que les puso Kohl. Todos parieron un sucesor.

En ese sentido, la deuda de Michelle Bachelet es gigantesca. Durante su primer gobierno, caía de cajón que había que poner las fichas en Andrés Velasco. El entonces ministro de Hacienda era uno de los personajes mejor evaluados después de haber sorteado con inteligencia la crisis económica. Sin embargo, Bachelet ni se inmutó. En lugar de poner su capital político a disposición de un delfín, dejó que la Concertación fuera a buscar candidato al baúl de los recuerdos: Lagos, Insulza, Frei. Sabemos cómo terminó esa historia: Bachelet le entregó la banda a Sebastián Piñera, del equipo rival.

Parece que ahora el asunto se repite. No sólo porque lo más probable es que gane de nuevo Piñera, sino porque el candidato del oficialismo no nace del núcleo político de la presidenta. Salvo un milagro, Guillier será el hombre de la Nueva Mayoría. Pero Guillier no es un sucesor de Bachelet. Hasta cierto punto, su relativo fenómeno tiene que ver con la distancia que ha adoptado. Su fuente de popularidad no tiene ninguna relación con la gestión del gobierno, como suele ocurrir cuando los candidatos salen del gabinete.

Así ocurrió con Piñera. Todos los candidatos que la derecha fundió en 2013 fueron sus ministros: Golborne, Longueira, Allamand y Matthei. El primero habría sido un heredero perfecto, pues no tenía nombre propio. La gente lo ubicaba por la epopeya de los mineros, que al mismo tiempo era el hito más glorioso del gobierno. Ya que no funcionó el verdadero delfín (Hinzpeter), Golborne funcionaba bien. A Bachelet tampoco le resultó el plan original. Si las cosas hubiesen sido distintas, quizás tendríamos a Rodrigo Peñailillo coqueteando con la papeleta. Pero, desde la caída de su primogénito político, Bachelet no se ha visto muy urgida por promover un sucesor. Ya no ocurrió. El profesor Kohl habría reprobado la (falta de) estrategia.