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Liberalismo, ¿condenado a ser un partido residual?

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El liberalismo, que durante mucho tiempo se impuso como la ideología que mejor representaba la modernidad, no está en su mejor momento, como muestran las victorias de Trump, el Brexit y las elecciones británicas.

En gran parte a favor del llamado «populismo», que, aunque alcance notables éxitos electorales, no es ideología, sino una reacción contra la globalización, fenómeno creciente e inevitable conforme la sociedad está más interconectada. Macron es la excepción, pero dada la heterogeneidad del movimiento liberal, unos le consideran «progresista» y otros «hiperpresidencialista».

El liberalismo es una ideología que abarca un conjunto de conceptos, tanto en el ámbito político como el económico y cultural. Como doctrina económica, la libre iniciativa de cada individuo, actuando según su propio interés, es la mejor forma de conseguir el desarrollo económico. Junto con la libre competencia y la intervención del Estado limitada a lo que el sector privado no pueda hacer, constituyen los aspectos básicos de esta ideología, expresada en la conocida expresión laissez faire. Es también una actitud cultural, cuyos rasgos fundamentales son la libertad de expresión y la tolerancia.

¿Por qué ideas tan sencillas y aceptadas por amplios sectores no calan lo suficiente en un electorado que incluso, recela éticamente del liberalismo? Obviamente por la percepción que transmiten ciertos partidos, autodenominados liberales pero no percibidos como tales. Trataré de explicarlo sin prejuicios ideológicos.

El problema es que, al abarcar varios ámbitos, es fácil confundir el liberalismo con otras doctrinas que poco o nada tienen que ver con él. Algunos ejemplos a continuación.

Hay «escuelas de pensamiento» y economistas que dedican parte de su vida a identificar el origen del liberalismo con los teólogos y filósofos escolásticos del XVII o con los «Padres Fundadores» de la doctrina sobre la que se construyó EEUU; esto puede resultar interesante, pero no basta para alcanzar La Moncloa o Downing Street. Otros confunden el liberalismo con la escuela austriaca de pensamiento económico del XIX, que defendió un enfoque individualista denominado praxeología (von Mises). Son fervientes defensores del laissez faire, hasta el punto de considerar que toda intervención del Estado es violenta.

Desde mi punto de vista, el verdadero liberalismo se nutrió de la devoción del XVIII (Inglaterra, EEUU) por los derechos individuales, el poder de la ley y la separación de poderes. Conceptos tan amplios como para que muchos partidos lo asuman, incluidas nuevas derechas que se autodenominan liberales, pero son, en realidad, corrientes ideológicas situadas en las antípodas del liberalismo. En cierta literatura y en las redes sociales vemos expresiones como que el mercado «ha de eliminar a los ineficientes»; el estado es «violento por naturaleza»; privatizar todos los servicios públicos excepto ejército y la policía y eliminar la regulación, por naturaleza ineficiente. El liberalismo conservador es más moderado en sus propuestas económicas, pero son retrógrados en temas sociales como el aborto, la homosexualidad o el aconfesionalismo del Estado.

¿Por qué los liberales no triunfan en un momento en que la socialdemocracia, dominante en Europa durante décadas, está en declive? (Lo está, sobre todo, por la falta de propuestas modernas contra la creciente desigualdad). El último ejemplo, el partido Liberal-Demócrata del Reino Unido, logró solo 12 escaños sobre un total de 650.

Por lo manifestado anteriormente, cabe reconocer que las virtudes del liberalismo no se divulgan convenientemente entre la población. Hay, también, profundas discrepancias (hoy, y en España) entre los propios liberales, que confunde a la opinión pública.

En consecuencia, si no quieren ser partidos residuales, han de construir propuestas pragmáticas que ilusionen a los ciudadanos. Convencer que las políticas liberales y la iniciativa privada libre de discriminaciones y especulación facilitan el crecimiento y el bienestar. Presentar propuestas para suprimir los privilegios que desde décadas gozan (especialmente en España) grandes oligopolios y los que tendrán en el futuro los gigantes tecnológicos. No decir una cosa y la contraria según el público objetivo. Por ejemplo, es contradictorio criticar el intervencionismo estatal sin apenas hacerlo con el brutal intervencionismo estatal de La Troika en ciertos países europeos, entre ellos España.

Ciertos predicadores de la competencia tienen que asumir que el verdadero liberalismo empieza por dotar de libertad a quienes menos la tienen. Si no lo hacen, los partidos verdaderamente liberales deberían distanciarse de ellos cuanto antes. Salvo que prefieran seguir quejándose, entre ellos, del escaso eco que tienen sus ideas.

Fuente: http://www.eleconomista.es/firmas/noticias/8501711/07/17/LIBERALISMO-CONDENADO-A-SER-UN-PARTIDO-RESIDUAL.html