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Macron se propone “refundar” un orden global “estable y justo”

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El presidente francés, Emmanuel Macron, se rebela contra la lenta decadencia internacional que los apóstoles del declive atribuyen a Francia. No se resigna. En su primer discurso en la reunión anual de los embajadores franceses en el extranjero, Macron les instó a proyectar a su país como una potencia que debe «mantener su rango en un orden mundial que se tambalea profundamente” y estar en condiciones de impulsar una «refundación» de este orden. En Europa, en Próximo Oriente entre suníes y chiíes o entre israelíes y palestinos, y en África sobre todo, pero también en Asia y en América, la Francia de Macron quiere contar. La prioridad: la lucha contra el «terrorismo islamista».

Podría denominarse la doctrina Macron, la visión geopolítica del nuevo presidente francés, su idea del papel de Francia en el mundo. ¿La receta? Un poco de poder militar y mucha diplomacia. Europeísmo y multilateralismo pero, al mismo tiempo, una reafirmación de la independencia de su país y de su posición central en la mayoría de conflictos. Continuismo respecto a sus antecesores en la V República pero con un estilo personal —la audacia del novato, en parte— que le lleva a romper inercias. Finalmente, la aspiración a presentar Francia como potencia única, con una misión particular.

«Hoy tenemos el deber de refundar un orden colectivo, estable y justo, con nuestros aliados y todos nuestros socios», dijo Macron a los embajadores.

Pocos líderes europeos mundiales podrían o querrían pronunciar una frase similar. No la canciller Angela Merkel, cuyo país perdió tras la Segunda Guerra Mundial toda vocación universalista (y además no tiene ni bomba atómica ni plaza en el Consejo de Seguridad de la ONU). Ni Reino Unido, enredado en la madeja del Brexit. Estados Unidos es otro país que, como Francia, cree que sus valores fundacionales son un mensaje para toda la humanidad, pero con Donald Trump en la Casa Blanca esta idea ha quedado aparcada. Hay un vacío, una ausencia de visiones globales, y Macron está dispuesto a ocuparlo.

Desde su elección en mayo, Macron ha sido hiperactivo en el exterior. Ha agasajado a Donald Trump y a Vladímir Putin, y también les ha hablado claro. Ha reactivado con Angela Merkel el motor franco-alemán. Ha abierto un diálogo con los países del norte de África sobre la inmigración. Y ha amonestado a socios europeos como Polonia por su resistencia a reforzar la protección de los trabajadores franceses ante trabajadores del Este de Europa.

En el discurso ante los embajadores, el presidente fijó como prioridad de su presidencia la lucha contra el «terrorismo islamista», un término que otros gobernantes, como Barack Obama, evitaban. «Nada sería más absurdo que negar el vínculo entre los actos terroristas que vivimos y una lectura a la vez fundamentalista y política de un cierto islam», justificó.

La idea de fondo: el orden global está averiado y Francia puede ayudar a repararlo. A Macron le gustaría que su país fuese como los EE UU de los años noventa: la nación indispensable, en palabras de Bill Clinton. No es el primero en proponer una refundación del sistema internacional. Nicolas Sarkozy, presidente entre 2007 y 2012, propugnó la «refundación del capitalismo». Sin éxito.

Macron explicó a los embajadores que el orden que él pretende reformar «está fundado en la mundialización, que se ha convertido en ultraliberal, y en la hiperpotencia de un solo Estado». La suya es una diplomacia arraigada en la tradición francesa: en su país le llaman liberal para descalificarle, y él critica el orden mundial actual por ultraliberal. Y es gaullo-mitterandiana: inspirada en el general de Gaulle y en François Mitterrand, presidentes que buscaron resaltar la autonomía francesa entre los bloques durante la Guerra Fría. Sólo una vez mencionó Macron a la OTAN en un discurso en el que reivindicó «una independencia sin arrogancia, pero asumida», que encuentra en multilateralismo su caja de herramientas y cuyo «lugar (…) es hoy Europa».

Con unos índices de popularidad menguantes, Macron se siente cómodo en la política exterior. Pero sabe que, como decía el político estadounidense Tip O’Neill, «toda política es local«. El jueves su Gobierno presentará la reforma laboral, que debe aprobarse este otoño. Es su primera prueba. De su éxito o fracaso depende la credibilidad del presidente francés. También en el exterior.