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Tiempos modernos

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Recurriendo al pragmatismo utilitarista, varios miembros de nuestra élite reclaman que el país y sus sectores políticos se modernicen. Hay que hacerlo -dicen- porque conviene mantenerse en línea con lo que las mayorías quieren. El último fue Harald Beyer. El director del CEP quiere una derecha moderna. Para él, esto significa ponerse a tono con lo que demandan las mayorías en asuntos como el aborto o el matrimonio homosexual, porque así se ganan elecciones. Lo suyo es un silogismo aparentemente impecable: si las mayorías son modernas y la derecha se hace moderna, entonces la derecha será mayoritaria.

Pero las cosas no son tan sencillas ni lineales. Felipe Kast, el más “moderno” de los candidatos en las primarias de la derecha, obtuvo un distante tercer lugar en esa votación. El ex primer ministro británico David Cameron -el ejemplo internacional que usó Beyer- terminó su carrera sorprendido por una mayoría que tomó la muy poco moderna decisión de abandonar la Unión Europea.

Hay tres consignas que repiten para justificarse quienes demandan modernidad: es lo que quieren las mayorías, es lo que exige el progreso y es lo que reclama la historia. Sin embargo, la experiencia demuestra que las primeras son volubles, que el segundo no está garantizado y puede adoptar muchas formas, y que la tercera no avanza en dirección conocida.

En lugar de escudarse en consignas, sería más transparente que los que creen en el aborto o el matrimonio homosexual lo digan sin más. porque casi la totalidad de las medidas de la agenda valórica libertaria tiene su origen no en conceptos abstractos como el progreso, la historia o la voluntad de las mayorías, sino en impulsos y deseos concretos provenientes de miembros de la elite.

A menudo esas medidas terminan dañando a los sectores vulnerables, mientras las elites que las impulsan se solazan en su estilo de vida progresista. Cuando, por ejemplo, la elite libertaria propone legislar en favor de la despenalización de las drogas, los más afectados son quienes no tienen los apoyos familiares, culturales y económicos para enfrentar el impacto de una liberalización de ese estilo. Si un miembro de la elite abusa de las drogas legalizadas, su red de apoyo lo ubicará en una clínica de rehabilitación para superar su adicción. Si lo mismo le sucede a un habitante de una población periférica, su vida y la de su familia serán un infierno.

Este efecto, denominado “desigualdad moral” por el intelectual católico norteamericano R.R. Reno, jamás es mencionado por los miembros de nuestras elites cuando promueven que nos hagamos más modernos y adoptemos la agenda valórica que a ellos les gusta.

La elite progresista a menudo hace gala de un “egoísmo refinado” -el término pertenece al comentarista conservador David Brooks- que está en la base de sus propuestas y que la lleva a satisfacer sus deseos proponiendo iniciativas perjudiciales para las mayorías que dicen interpretar.

Por: Juan Brito

Fuente: http://www.latercera.com/voces/tiempos-modernos/