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De cómo Macron consiguió lo impensable

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n el mundo de Emmanuel Macron, el lenguaje es trascendental. Por esto, el gobierno francés no habla de reformas sino de transformaciones. La promesa de renovar el país y devolverle competitividad fue uno de los puntos clave de la campaña de Macron, por lo que los franceses no pueden decir que no les avisó.

Las reformas se han iniciado a paso ligero otorgándole al jefe de Estado una popularidad que, durante los tres primeros meses de mandato, no le daba más de un 30% de respaldo. Los cambios siguieron pese a la oposición y el grueso de las transformaciones avanza sin que nadie consiga frenarlas en la Asamblea Nacional (AN). Es más, incluso la popularidad de Macron ha empezado a remontar y roza ya el 40%.

El think tank de análisis de políticas públicas iFRAP, dirigido por Agnès Verdier-Molinié, ha creado incluso una herramienta para medir el impacto de las medidas tomadas por el gobierno -con el primer ministro Edouard Philippe a la cabeza-, a un nivel macroeconómico: el Macronómetro. «Evaluamos con un modelo económico todas las medidas que han sido votadas o van a ser votadas en la AN, como si ya hubieran sido implantadas, para ver si crean empleo, lo destruyen o estabilizan la balanza de comercio», explica Verdier-Molinié.

Así, hasta mediados de diciembre, el 67% de las promesas de Macron habían sido medianamente o mayoritariamente respetadas, y tan solo un 33%, poco respetadas, con un ritmo de reformas sostenido y algunos proyectos aplazados. A pesar de esto, el Macronómetro tan solo le da un 5,7 sobre 10 al Gobierno.

«La intensidad no es muy diferente a lo que hemos podido encontrar en su predecesores como Nicolas Sarkozy. De momento, hay tres grandes medidas que han sido votadas: la moralización de la vida pública, el código de trabajo [tan solo ciertas reformas del texto] y las finanzas para el presupuesto de 2018. Hay otras cuestiones en el cajón, como el aprendizaje, la formación profesional y el paro, que ya se está debatiendo, pero ni siquiera hay hoy un proyecto de ley», señalan desde el iFRAP.

Ya fueron aprobadas las disposiciones de la reforma laboral relativas a lo que el Gobierno defiende como una flexibilización del rígido código actual, sobre las indemnizaciones por despido, sus causas o la organización del diálogo en el seno de la empresa. Pero aún falta la cuestión de la formación y el paro, en standby hasta principios de 2018. La contestación popular sonó como una lluvia de fondo, pues el Gobierno las puso «en marcha» por decreto, el movimiento social se desinfló y la oposición no fue capaz de crear un discurso creíble para atacar la política de Macron

Para el politólogo Olivier Rouquan, autor de En finir avec le Président! (¡Acabar con el presidente!), la velocidad e intensidad de las reformas «llega en un momento en el que los indicadores económicos son positivos, su imagen mejora y quiere aprovechar esto como catapulta«. En esta actitud que el propio Macron prodigaba en su última entrevista televisada («hay que hacer lo que hay que hacer y hay que hacerlo rápido», dijo), entran en juego su particular estilo, que muchos consideran arrogante, pero también el contexto del país.

«El cansancio de las organizaciones sindicales y partidos políticos hace que la opinion publica esté a la espera y le de una oportunidad. No hay un bombardeo, como sucedió con Hollande. También el hecho de que los grandes grupos de interés sean favorables al poder actual fomenta este reparto de fuerzas», recuerda Rouquan.

Incluso el propio Ejecutivo presume de esta facilidad con la que han pasado sus «transformaciones», algunas de ellas planteadas como retos imposibles para Hollande o Sarkozy. «Todos los temas calientes que podrían habernos explotado en la cara pasan sin problema. Podemos decirlo, ¡somos muy buenos! «, comentaba un consejero del Elíseo en Le Monde, demostrando que la soberbia que le achacan a Macron se ha contagiado al resto del equipo.

Uno de los aspectos que sirve de ejemplo de la manera macroniana de gestionar el país es que el presidente tiende a pasar por encima de sus ministros en decisiones como el nombramiento de directivos de la Administración. Les entrevista directamente sin la presencia del representante de la cartera pertinente. «La Administración no debería estar en contacto directo con el presidente, está bajo la responsabilidad de los ministros», le dijeron a Sarkozy cuando trató de hacerlo. A Macron esto no le preocupa en demasía, aunque el precio lo están pagando sus ministros, prácticamente desconocidos, y su primer ministro, Edouard Philippe, cuya autoridad parece a veces pisoteada por un omnipresente jefe del Estado.