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PARA QUÉ LO INVITAN SI SABEN COMO SE PONE

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Por Cristóbal Bellolio.

Las visitas de Mario Vargas Llosa a Chile están resultando un dolor de cabeza para la derecha chilena. Pero lo siguen invitando. Hace algunos meses sugirió que aquellos sectores conservadores que se oponían a legalizar el aborto representaban una derecha “cavernaria”. Nadie le contó que prácticamente todos los parlamentarios de la coalición de Sebastián Piñera -a quien vino a apoyar – estaban a favor de continuar criminalizando la interrupción del embarazo aun en los casos más extremos y vejatorios para las mujeres. Esta vez, Vargas Llosa señaló que no había dictaduras buenas, golpeando la creencia extendida en la derecha local de que la de Augusto Pinochet fue bastante decente. O menos mala, como lo fraseó su entrevistador, el director ejecutivo de la Fundación para el Progreso, Axel Káiser. Es decir, primero Vargas Llosa desnudó a la derecha en su integrismo moral y luego la denunció en su autoritarismo político. ¿Para qué lo invitan si saben cómo se pone?

En el papel, la idea de apropiarse de una figura como Vargas Llosa es clever. A la derecha no le sobran los referentes intelectuales de escala mundial. Si bien es cierto que el Nóbel peruano no ha destacado en tanto filósofo político –“La Llamada de la Tribu”, su último libro, es un repaso por sus influencias y no una contribución original ni especialmente sofisticada al pensamiento liberal-, su intensa biografía y su riquísimo palmarés literario lo transforman en una autoridad moral prácticamente indiscutida a lo largo y ancho del espectro ideológico. Es muy posible, sin embargo, que Vargas Llosa le quede grande a la derecha que lo busca cooptar con insistencia.

La mentada conferencia donde Vargas Llosa no aceptó la pregunta de su entrevistador – material inexhaustible de memes- se titulaba “Qué es ser liberal”. ¿Por qué hablo entonces de una derecha herida en sus convicciones? Porque -y en eso Axel Káiser no se equivoca- gran parte del auditorio que los escuchaba piensa genuinamente que es mucho peor vivir bajo la tiranía de Maduro en Venezuela que bajo Pinochet en su época. La inmensa mayoría de los invitados a su conferencia en el hotel W pertenece a círculos políticos y empresariales de derecha, a secas. Algo de fauna liberal había: liberales Burkeanos y uno que otro libertario Rothbariano. Es decir, el tipo de liberales que siempre vota por la derecha porque lo más importante, a fin de cuentas, es la protección de la vida, la libertad y la propiedad. Por eso muchos se hacen llamar clásicos: ésos son los postulados que estableció Locke en el siglo XVII. En cambio, hay pocos liberales plebeyos o frenteamplistas en esa base de datos. El convite no fue en la Fundación Balmaceda. Es entendible: quien pone la plata pone la música. Si Von Mises trató a sus compañeros de sociedad Mont Pelerin de socialistas, sería raro que no lo fueran los liberales de cuño igualitario ante los ojos del anfitrión Nicolás Ibáñez.

Que Káiser haya sido el elegido para conversar con el peruano revela la intención de la iniciativa: la idea era que Vargas Llosa denunciara la miseria del socialismo y repasara a los populismos latinoamericanos. Es decir, que reafirmara a la audiencia en sus convicciones. Káiser es un personaje más complejo de lo que parece. Suele tomar distancia de la derecha confesional -ni siquiera es católico- y probablemente siga a Milton Friedman en la legalización de las drogas. Pero su tema predilecto es cuestionar la moralidad de la redistribución y eso lo pone indefectiblemente en el bando de la derecha. En ese sentido, lo que pueda decir Vargas Llosa no es muy interesante. Hoy, las amenazas más latentes al liberalismo no las presenta tanto la extrema izquierda sino la extrema derecha. La tribu cuyo llamado hay que resistir, diría Vargas Llosa, es nativista y antiglobalización. En Europa, al menos, el problema urgente es el renacer del nacionalismo filo-fascista. El antagonismo que viene no es entre socialdemocracia y liberalismo; es entre demócratas radicales antiliberales que no quieren obstáculos para la voz del pueblo y liberales que insisten en la importancia de pesos y contrapesos, derechos de las minorías y libertades básicas que no pueden ser conculcadas ni aun a pretexto de beneficio colectivo. Es lo que describen en sus libros Mark Lilla, Edward Luce y Yascha Monk: la democracia liberal está en riesgo. En este cuadro, para el liberalismo es más peligroso el relato de José Antonio Kast que la reforma tributaria de Michelle Bachelet.

Y en esto tiene razón nuevamente Káiser: en línea con Hayek, algunos liberales sí han creído que es mejor una dictadura liberal que una democracia iliberal. En más de una ocasión, Vargas Llosa se ha dado el lujo de corregir a Hayek: no se puede ser liberal sin ser a la vez demócrata. Como relata Edmund Fawcett en su colosal biografía del pensamiento liberal, ése no fue un matrimonio fácil. Finalmente, ambos tuvieron que ceder: liberales aceptaron que el poder radica en la mayoría y demócratas concedieron que había ciertas esferas de la vida que quedaban fuera del control colectivo. Ha sido un matrimonio históricamente exitoso. Hoy vive días difíciles en Caracas pero también en Ankara, Moscú, Varsovia y Budapest. Por no decir Washington.

Pero la derecha chilena no está para esas sutilezas. Más de alguno de los asistentes a la conferencia de Vargas Llosa votó por José Antonio Kast. Más de alguno de los parlamentarios oficialistas con quienes se reunió estarían a favor de las leyes que promueve el gobierno populista-conservador polaco. Habría sido como mucho seguir incomodando a los anfitriones. Pero quizás la tercera sea la vencida y Mario Vargas Llosa aprenda finalmente a comportase donde lo invitan.

 

Fuente: http://www.theclinic.cl/2018/05/11/columna-cristobal-bellolio-lo-invitan-saben-se-pone/