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Feminismo: el desafío de todos

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Por Sylvia Eyzaguirre

Lo que comenzó con una denuncia de acoso sexual en el ámbito de la televisión y universidad, hoy se ha transformado en una denuncia más profunda sobre inequidad de género que convoca a todos. El feminismo no es en esencia una lucha contra los hombres, sino contra la opresión de la mujer. Esta opresión se manifiesta de diversas maneras: en la falta de atribuciones de la mujer sobre los bienes de la sociedad conyugal, en los valores más altos de los planes de salud para mujeres en edad fértil, en barreras para la contratación femenina (el derecho a sala cuna exclusivo para mujeres), en la brecha salarial entre hombres y mujeres, etc.

Cada uno de estos asuntos puede ser subsanado con un proyecto de ley que asegure un trato justo entre hombres y mujeres. Pero eso no basta. Los ejemplos antes nombrados no son la verdadera causa de la opresión de las mujeres, sino más bien sus consecuencias. Esta radica en una determinada comprensión de la mujer y del hombre, comprensión que no se modifica con proyectos de ley, aunque sin duda éstos pueden colaborar. El rol masculino y femenino es producto de esta comprensión y se encuentra en el ADN de nuestra cultura, que tanto hombres como mujeres transmiten de generación en generación. Esta comprensión no necesita ser verbalizada, ni siquiera es consciente, opera sutilmente a nivel de las expectativas, que determinan en parte importante las trayectorias de vida de las personas. La brecha salarial entre hombres y mujeres, por ejemplo, se explica principalmente por el tipo de ocupación y el rango del cargo. La mayoría de las mujeres opta por estudiar carreras de baja remuneración y se desempeña en puestos de menor responsabilidad que los hombres. Muchas veces son las mujeres quienes deciden no seguir progresando en su carrera por los costos que conlleva para la vida familiar. En esta decisión no sólo influye el hecho que, en general, las mujeres asumen en mayor proporción las tareas domésticas y el cuidado de los niños, sino también el hecho de que en nuestro imaginario colectivo comprendemos a la mujer predominantemente desde su rol de madre, mientras que al hombre desde su rol profesional.

Tomar consciencia de la inequidad de género es el primer paso para la liberación de la mujer, pero su materialización exige una nueva comprensión de mujer y hombre. Y esta nueva comprensión es tarea de todos, pues ni la más férrea feminista está libre de los rezagos de la actual comprensión opresora de la mujer. Paradojalmente, mientras en las calles marchan las mujeres para denunciar las injusticias, en el Congreso nuestros diputados progresistas redactan un proyecto interpretativo sobre el protocolo de objeción de conciencia que nos perjudica aún más.

 

Fuente: La Tercera