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Columna de Cristóbal Bellolio: La solucionática

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Por Cristóbal Bellolio

Como si se tratase de responder a una catástrofe natural, el presidente Sebastián Piñera sintió la obligación política de reaccionar ante la Ola Feminista que inunda las calles del país. Gobernar, a fin de cuentas, es liderar. El líder, me explicó una vez mi profesor de castellano, no es el que toma la mejor decisión sino el que la toma primero. En ese contexto hay que entender la batería de medidas que anunció el Ejecutivo para contener el conflicto, canalizar las demandas y dirigir el proceso. A Piñera lo eligieron para gobernar y esto es lo hacen los gobernantes.

Se podría objetar que la Ola Feminista no se parece a una catástrofe natural y que por lo tanto la reacción no tiene que ser la misma. Quizás había espacio para probar otras estrategias. Conversar, por ejemplo, con las protagonistas del movimiento. Ya que estábamos citando comisiones para abordar distintos problemas públicos, habría sido buena idea convocar una mesa de trabajo para comprender mejor el espíritu de la protesta. Porque -y en esto Peña tiene razón- Piñera no es un feminista. Por eso habla de “nuestras” mujeres y cita a un abusador confeso como Neruda en su alocución. Porque no entiende la profundidad del fenómeno. No está solo: somos millones los desconcertados. La diferencia es que mientras algunos pueden darse el lujo de callar y otros de hacer preguntas, a Piñera le gana la solucionática: no puede dejar de buscarle solución al problema.

Así lo hizo en 2011 cuando apareció en cadena nacional junto a Joaquín Lavín, entonces ministro de Educación, anunciando los acuerdos GANE y FE. Piñera le contestaba al movimiento estudiantil prometiendo más becas y créditos. Le costó mucho al gobierno captar que el desafío que planteaba la calle no era por unos pesos más sino por una transformación de la lógica del sistema. Los que padecen de solucionática no necesitan entender a cabalidad el problema, sólo piensan en resolverlo. Por eso, a veces la solucionática no es el registro adecuado. Esto no significa que los gobernantes tengan que quedarse de brazos cruzados: sólo significa que el tipo de respuesta debe incorporar una lectura política adecuada del escenario.

En su favor, el piñerismo puede decir que al menos se evitó el bochorno del 2011. Puede insistir que su objetivo nunca fue desactivar todos los focos de conflicto o ganarse el corazón del movimiento. Eso es imposible. Por eso ni siquiera mencionaron la expresión “feminismo” ni se pronunciaron respecto de los cambios necesarios para una educación “no sexista”. Es probable que esos términos suenen como chirriar tiza en una pizarra en el seno de la derecha chilena. El gobierno apuesta en cambio a bajar la temperatura social: a que las chilenas que no marchan pero simpatizan con el movimiento sientan que, en lo medular, fueron escuchadas y sus demandas están siendo procesadas. No quiere matar al movimiento -porque sabe que no puede- pero sí puede robarle algo de su base de apoyo vistiéndose con algunos de sus ropajes.

Las modificaciones al sistema de salud son un buen ejemplo: a muchísimas mujeres les pareció enteramente justo que se anunciará una reducción de sus planes de salud a costa de un aumento en el plan de los varones. A fin de cuentas, si las tareas reproductivas son comunes en una sociedad, sus costos deben ser repartidos de forma más equitativa. La izquierda, en tanto, puso el grito en el cielo. Como si sus parlamentarias hubiesen estado embrujadas en un trance, los aplausos del primer día se tornaron discursos hostiles al día siguiente, cuando se percataron que las Isapres seguirían haciendo su negocio como siempre. Los hombres agarraron papa: que la compensación sea a costa de sus utilidades, no de nosotros, dijeron. Feministos hasta que les tocan el bolsillo.
La agenda de equidad de género se entrampó. Pero, sin querer queriendo, Piñera metió una cuña en el movimiento. Por un lado, introduce un criterio de solidaridad inter-género en un modelo que principalmente se trata de seguros individuales donde cada uno paga su propio riesgo. Si los hombres pagarán más que su propio riesgo y las mujeres menos, entonces se está reconociendo un deber redistributivo a favor de las mujeres. Es una buena noticia para el feminismo. Pero, por el otro lado, no promueve cambios sustanciales al modelo de seguros privados ni afecta las ganancias de las aseguradoras. Esa no es una buena noticia para el socialismo. Alguien tenía que ceder y -para variar- cedió el feminismo. El discurso de sus principales dirigentes políticas se centró en la ilegitimidad de las utilidades de las Isapres antes que en advertir que Piñera estaba corrigiendo una injusticia que afecta estructuralmente a todas las mujeres en razón de su mera capacidad de maternidad. Es cierto que el gobierno tiene poco interés en arruinarle el negocio a las Isapres. Pero esa es otra discusión. Darle prioridad en el contexto actual es retrasar los cambios que mejoran la calidad de vida de las mujeres. Aunque le duela en el alma a las sinceras feministas que sienten que su causa es necesariamente de izquierda.

 

Fuente: The Clinic