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En el nombre de los pobres

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Por Cristóbal Bellolio

Primera escena: el entonces candidato presidencial Sebastián Piñera propone eliminar el doblaje de los dibujos animados para niños, con el objeto de que se familiaricen con el inglés desde la más temprana edad. A continuación, el diputado de RD Giorgio Jackson rechaza la propuesta por “elitista”, pues los niños pobres de Chile no tendrían a mano los recursos para entender un idioma foráneo. Segunda escena: en la pasada cuenta pública, el gobierno anuncia la extensión del metro de Santiago hacia La Pintana. Aunque prácticamente todos celebran la medida, el diputado frenteamplista Gonzalo Winter pone en el acento en la perniciosa especulación inmobiliaria que dicho proyecto alentaría. Tercera escena: el gobierno de Piñera dispone una serie de medidas para facilitar el acceso de los adultos mayores al sistema bancario, de tal forma que sigan siendo sujetos de crédito. Desde el Frente Amplio, nuevamente, dijeron que lo que parece una medida a favor de la tercera edad es solo un “mal entendido derecho a endeudarse”, añadiendo que la bancarización es finalmente un negocio para unos pocos.

¿En qué se parecen estos tres casos? En todos ellos, la derecha ha propuesto medidas que van en beneficio de los sectores populares. En todos ellos, la nueva izquierda representada por el Frente Amplio ha retrucado que dichos beneficios son solo aparentes. ¿Lo son?

En el caso de los dibujos animados en idioma original -lo que algunos medios bautizaron como el #Peppagate- la evidencia es abrumadora a favor de la medida si se trata de que nuestro país mejore sus tristes niveles de inglés. Los niños tienen más capacidad de absorber una lengua distinta que los adultos. La idea es justamente lo opuesto de elitista, pues se trata de llevar un recurso pedagógico que la gran mayoría de las familias chilenas carece, a la pantalla de sus hogares. Lo elitista es precisamente dejar que los niños de sectores acomodados tengan clases de inglés en sus colegios y olvidarse del resto. Para quienes no pueden pagar clases particulares, que los dibujos animados se transmitan en inglés es una propuesta democratizadora e igualadora de oportunidades. Que sea difícil en un comienzo no es un argumento demoledor en contra: todos los procesos educativos lo son.

En el caso del metro a La Pintana, la evidencia nuevamente muestra que prácticamente no hay inversión inmobiliaria privada en dichas áreas de la capital, salvo la que hace el propio estado. Es cierto que la llegada del metro sube el valor del terreno, pero eso no es malo para vecinos y comerciantes del sector. La inversión pública atrae inversión privada, de la que muchos -no sólo las grandes inmobiliarias- pueden beneficiarse. Por lo demás, tomando en cuenta que uno de los principales problemas de nuestra ciudad es la segregación, una buena red de transporte público es fundamental para conectar nuestras experiencias sociales. Eso también genera equidad, que debiese ser un valor central para la izquierda, tanto la vieja como la nueva.

Finalmente, está el temor a la bancarización como sinónimo de negocio para los bancos y deudas para los mortales. Pero la bancarización también se conoce como inclusión financiera, justamente porque descansa sobre la premisa que una economía cuyos instrumentos le están vedados a ciertos grupos es una economía que discrimina injustamente. Los países que más admira la izquierda chilena (no autoritaria) por su ethos igualitarista -es decir, los países nórdicos- han sido precisamente los más entusiastas a la hora de promover la bancarización. No lo hacen porque quieran asegurar el negocio de los bancos ni porque disfruten viendo como los ancianos se endeudan; lo hacen justamente porque la inclusión financiera es democratizadora en su capacidad de generar accesos igualitarios a los instrumentos modernos del comercio y el mercado.

En resumen, los sectores menos aventajados de la sociedad chilena bien podrían preguntarse quién representa mejor sus intereses: una derecha que promueve accesos igualitarios a recursos educacionales, de plusvalía y acceso al crédito, o una izquierda que mira con reticencia dichos avances. Digo con reticencia en lugar de rechazo porque tampoco es justo hacer una caricatura. El diputado Winter, por ejemplo, entiende perfectamente los beneficios de la extensión del metro. De hecho, los celebró. Pero hizo noticia porque prefirió llamar la atención acerca de los potenciales abusos de la especulación inmobiliaria. Y en ese sentido tiene razón: si lo vamos a hacer, hagámoslo bien. Lo mismo respecto de la inclusión financiera. Como bien me retrucó un tuitero, la izquierda chilena no propone volver al trueque. Por su parte, el diputado Jackson me señaló correctamente que los avances tecnológicos del comercio -por ejemplo, la progresiva desaparición del efectivo y la conversión al dinero electrónico- podrían ser independientes de la bancarización “neoliberal” a la que apuesta parte de la derecha chilena. Finalmente, siempre está la posibilidad teórica -desde la izquierda- de cuestionar estructuralmente la promesa de estas inclusiones capitalistas. Por eso no argumento que el Frente Amplio sea necesariamente incoherente en su crítica. Lo que sí hago es llamar la atención respecto de algo que ya parece un patrón. No vaya a ser que desde esos mismos sectores desaventajados le pidan a esta nueva izquierda que no siga hablando a nombre de los pobres.

 

Fuente: Revista Capital