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El nuevo mapa político de América

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Poco más de tres años bastaron para darle la vuelta al mapa político de América. Las cinco economías más grandes del continente -Estados Unidos, Brasil, México, Canadá y Argentina, en ese orden y medido el Producto Interno Bruto por paridad de poder adquisitivo- han experimentado un viraje radical que anuncia una nueva política de bloques en medio de un aparente repliegue de la globalización neoliberal. México, por supuesto, está dentro de este reacomodo, y con Andrés Manuel López Obrador al frente del gobierno ha comenzado a dar visos de un cambio en la política exterior. El momento es crucial y merece ser analizado.

En noviembre de 2015, el liberal Justin Trudeau relevó como primer ministro de Canadá al conservador Stephen Harper, quien duró poco más de nueve años en el cargo. Este es quizá el cambio menos radical en el continente, ya que las diferencias entre liberales y conservadores en la nación del Ártico tienden a estar enfocadas en lo social y cultural más que en lo económico. Las divergencias suelen abarcar aspectos como migración, derechos de personas LGBTI y apertura en el consumo de marihuana. En materia política económica, Trudeau ha seguido, apenas con matices, la línea marcada desde los años ochenta del siglo XX por el neoliberalismo.

Un mes después del arribo de Trudeau en Canadá, en el extremo austral del continente el empresario Mauricio Macri asumió la presidencia de la República Argentina con lo que puso fin a 12 años de gobiernos de los Kirchner -primero Néstor y luego Cristina Fernández- y a un largo período dominado por el peronismo, ese movimiento de difícil definición con rasgos ideológicos de izquierda populista y nacionalista. La transición es notoria ya que Macri llega aupado por un partido, Propuesta Republicana, más cargado a la derecha conservadora en lo político y al liberalismo en lo económico.

En 2017 le tocó el turno al polémico magnate Donald Trump, quien tras una elección controvertida como pocas en 2016 y con un discurso de derecha nacionalista asumió la presidencia del país más poderoso del orbe. En lo que lleva de gobierno, el republicano se ha empeñado en destruir el legado de su antecesor, el demócrata Barack Obama, quien durante sus ocho años de gobierno empató una política social de corte progresista y una política económica marcadamente liberal. Trump ha aglutinado al ala más radical del Partido Republicano y a un importante sector de la industria tradicional, a quienes ha ido haciendo concesiones en detrimento del liderazgo internacional de Estados Unidos en materia de diplomacia, multilateralismo y medio ambiente.

Un año más tarde, el izquierdista Andrés Manuel López Obrador consiguió con amplio margen la presidencia de México, tras doce años de campaña y dos intentos fallidos. Montado en un movimiento sui géneris y de heterogénea conformación, López Obrador se ha erigido como verdugo del neoliberalismo, régimen económico que prevaleció en el país desde hace 36 años. El acento lo ha puesto en la justicia social, la redistribución de la riqueza y el combate a la corrupción con un gobierno que se asume heredero del nacionalismo revolucionario y que tiene a Lázaro Cárdenas en lo económico, y a Benito Juárez en lo político, como sus figuras referenciales.

La semana pasada, el militar de reserva Jair Bolsonaro asumió la presidencia de Brasil, con un discurso que de pronto se parece mucho al enarbolado por Trump, que bien puede definirse como populismo de derecha. El viraje en Brasilia también es abrupto, luego de la era socialista del Partido de los Trabajadores que inició con el arribo de Lula Da Silva a la presidencia en 2003 y concluyó con la destitución de Dilma Rousseff en 2016. El período de transición, valga la expresión, ha estado a cargo del centrista Michel Temer, quien relevó a Rousseff sin haber pasado por las urnas en su calidad de vicepresidente de la nación brasileña.

Unos cuantos días han bastado para exhibir la sintonía entre Trump y Bolsonaro. Al intercambio inicial de mensajes de buenos augurios vía Twitter ha seguido una andanada de primeras decisiones por parte del brasileño que están en la más pura línea trumpista: desdén por el medio ambiente y las zonas indígenas en favor del capital, endurecimiento de la política migratoria y la intención de «equilibrar» la relación comercial con China, su principal socio. Y ya se habla incluso de abrir una base militar estadounidense en la potencia sudamericana.

En la política exterior, Estados Unidos y Brasil están construyendo un bloque de derecha al que ya han sumado a Colombia para presionar a los regímenes socialistas de Venezuela, Nicaragua y Cuba, y al que está claro que nunca se unirá el México de López Obrador, quien renunció la semana pasada a firmar un pronunciamiento del Grupo de Lima en contra de un nuevo mandato del presidente venezolano Nicolás Maduro, bajo el argumento de la libre autodeterminación de los pueblos.

Aunque el argentino Macri ha recibido el respaldo de Trump, se enfrenta a la grave disyuntiva de disminuir la presencia de capital chino en su país a cambio de aumentar el apoyo de Estados Unidos. Y es que debajo de todo este reacomodo está China y su creciente influencia internacional, particularmente en Latinoamérica. Si Obama cedió mucha iniciativa a Pekín en Centro y Sudamérica, Trump parece convencido de ya no hacerlo más. No se trata de censurar a algunos gobiernos -afines, por cierto, a China- bajo el argumento de la defensa de los Derechos Humanos, algo para lo que ni Trump ni Bolsonaro cuentan con autoridad moral. El asunto es frenar al gigante asiático.

En este sentido, el principal desafío de López Obrador va a ser mantener una buena relación con el poderoso vecino del norte sin alinearse a sus políticas y sin cerrar la puerta a China, con quien el actual gobierno ha mostrado su intención de fortalecer lazos tecnológicos y comerciales. La Canadá de Trudeau, por su parte, se enfrenta al reto de seguir la línea de liderazgo occidental estadounidense sin perder su vocación multilateral y liberal, algo que se ha vuelto cada vez más un motivo de roces con el presidente Trump. Sin duda, son tiempos interesantes a la vez que inciertos.

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