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El origen del Estado liberal

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La transformación del concepto de libertad se encuentra en la raíz del Estado liberal. La libertad clásica constreñida por la realidad y el derecho natural sufrió una mutación esencial cuando el liberalismo renunció a las fronteras del derecho divino optando, paulatinamente, por el consenso y el contractualismo positivo. La creación de este dios mortal hobbesiano se basó en tal libertad luciferina, sin más frenos y contrapesos que los autoimpuestos por la comunidad política en continua ampliación. El Nuevo Estado liberal unió su destino a esta nueva idea de libertad que por fuerza nos ha conducido al orden relativista posmoderno. En efecto, el relativismo es la consecuencia del uso cada vez más irrestricto de la libertad sin fronteras. Estamos ante la crónica de una muerte anunciada.

También el concepto de soberanía debe ser examinado. Siendo concebido intelectualmente como un poder exclusivo y excluyente, era evidente que bajo la dirección del nuevo concepto de libertad la soberanía popular, sin el freno del derecho natural, sería capaz de crear un orden institucional fluctuante en función de la voluntad general de los pueblos. Ciertamente, los padres fundadores del liberalismo eran conscientes de los peligros de su golem político, e incluso llegaron a predecir los posibles excesos del Leviatán. Sin embargo, ninguno manifestó con claridad que aquello que estaban destruyendo (el Antiguo Régimen) sería reemplazado por la volátil opinión de una mayoría oscilante.

Libertad y soberanía son conceptos limitables y limitados. Conviene retornar a la prudencia de los primeros liberales que desconfiaron de su propia creación. Pero si queremos una mejor comunidad política, y por ende un Estado más eficiente, es mucho mejor examinar la realidad sin apriorismos ni falsas premisas.

Fuente: Columna de Martín Santibañez