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Liberalismo y centro

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Ratifico el mensaje medular de mi Elogio al centro: en tiempos de populismos el centro es el nuevo nombre del liberalismo. A contrapelo de las ideologías proféticas —sucedáneos laicos de la religión— el liberalismo no oculta sus contradicciones internas ni somete la realidad al ideal ni ofrece respuestas a lo divino y a lo humano.

El liberalismo —el centro— festeja el sinfín de opiniones, de formas de entender y habitar el mundo. En otras palabras, en lugar de construirse en base a un catecismo o a un conjunto de recetas infalibles, el centro se levanta sobre los pilares de la tolerancia, el respeto y la modestia. Del primero escribió lucidamente el doctor Héctor Abad Gómez: la tolerancia abre los oídos de quien la cultiva a las razones del oponente, le permite no descalificarlas de un plumazo. Por su parte, el respeto vacuna contra el unanimismo del rebaño. La modestia, por último, es hija de la duda y de la crítica. No podemos estar seguros de la solidez de nuestros credos y conceptos: todo debe ser examinado continuamente a la luz de la razón y de los hechos.

En su respuesta a mi columna, el empresario cultural José Nodier Solórzano al hablar de los referentes del liberalismo colombiano menciona a Mosquera. Dicho dislate histórico ofrece pistas para la controversia: Solórzano y yo tenemos nociones muy diferentes —mucho— respecto al liberalismo. Mosquera fue un caudillo de origen conservador incluido en la asamblea constitucional de Rionegro por la fuerza de sus tropas y no en virtud de sus convicciones. En una minuciosa crónica Salvador Camacho retrata el carácter autoritario de Mosquera, su rechazo a las leyes y a las instituciones. Para frenar las ambiciones personalistas de Mosquera, los liberales redujeron el periodo presidencial y le restaron poder. En mi manera de entender el liberalismo no hay cabida para los hombres providenciales, ubicados por encima del resto de los mortales. El liberalismo cree en las leyes, no en la voluntad del mesías de turno. ¿Y si la ley no es justa? Fácil: se modifica por los cauces legítimos.

Solórzano saca un conejo de la chistera: me acusa de apoyar las ideas de Mario Vargas Llosa. ¿A santo de qué se contorsiona así? ¿Maniobra de distracción? Del Nobel peruano admiro la valentía de oponerse en su momento a las dictaduras de izquierda —la de los Castro en Cuba— y de derecha —la argentina y la chilena—. Mientras numerosos intelectuales occidentales se embelesaban con las tonadas de las sirenas castristas, Vargas Llosa señaló los pies de barro de un régimen policial y demente. En un pasaje de su texto, Solórzano dice: “Colombia nunca ha podido desarrollar un proyecto liberal en su sociedad”. Durante casi todo el siglo XIX colombiano el ‘proyecto liberal’ naufragó precisamente por el exceso de las pasiones partidistas de los ultramontanos y de los gólgotas. La cuestión religiosa —el papel de la Iglesia Católica en la naciente república— fue el dilema de nuestros antepasados. Ni el clericalismo ni el anticlericalismo —las banderas de los extremos— eran el camino adecuado. Nunca lo serán las narrativas totalizantes, excluyentes, paranoicas. La patria es de todos, no es parcela exclusiva de nadie.

Fuente: Por Angel Castañeda Guzmán para La Crónica