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El liberalismo y la masa crítica

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El origen más popular del liberalismo fue Adam Smith. En su obra La riqueza de las naciones (1776) sostiene que la fuente de riqueza de una nación está en el trabajo, a diferencia de los fisiócratas que afirmaban que era la posesión de la tierra, o de los mercantilistas, que basaban la riqueza en el oro y otros metales preciosos. Smith también afirmó que el impulso económico de una sociedad radica en la actitud de sus individuos para mejorar su propia condición de vida «to better one’s condition». No obstante, para poder brindar los frutos sociales benéficos de dicho impulso se requiere contar con marcos institucionales y jurídicos estables y compatibles con la sociedad libre. En consecuencia, no solo el trabajo es el que genera la riqueza, dado que trabajan en Alemania y también trabajan en Cuba, y los alemanes son ricos y prósperos, mientras que los cubanos son pobres.

Por otro lado, Friedrich Hayek expresó que la sociedad es un «orden extenso» y no son fáciles de entender sus procesos. Adam Smith trató de explicarlo y recurrió a la metáfora de la «mano invisible del mercado». No es una metáfora muy acertada porque da la idea de que hay una mano que maneja la economía, lo cual no es cierto. Más preciso fue Frédéric Bastiat, que tomó la idea de Adam Smith, le sacó la mano y dijo: «Lo que se ve y lo que no se ve en la sociedad», y lo que no se ven son los procesos y las causas. Es evidente que muchos no ven esos procesos (o no quieren verlos) y la teoría liberal es sistemáticamente rechazada por la mayoría de los políticos, los académicos, los periodistas y los comunicadores sociales, los cuales se refieren en sus artículos y discursos a conceptos contrarios al mercado y cuando no, marxistas.

Supongamos que estas ideas socialistas son elaboradas con muy buenas intenciones; no obstante, en economía no son importantes las intenciones sino los resultados. Milton Friedman dijo: «Uno de los más grandes errores es juzgar a las políticas y programas por sus intenciones, en lugar de por sus resultados».

Respecto a los resultados, si analizamos la Argentina de comienzos del siglo XX, luego de aproximadamente cincuenta años ininterrumpidos (desde 1862 hasta 1916) que podríamos definir como el período de crecimiento y formación de la nación, donde se puso en práctica la ideología liberal de Juan Bautista Alberdi, la Constitución de 1853, la política educativa de Domingo F. Sarmiento y la organización de la nación bajo la dirección de Julio A. Roca, la economía fue floreciente y estuvimos ubicados entre las diez primeras economías mundiales. La inmigración europea tenía dos destinos posibles para instalarse y prosperar en América, radicarse en Estados Unidos o en la Argentina.

Cien años después (desde 1916 hasta el presente), en el período que podemos denominar de decadencia nacional, el país fue sometido a políticas socialistas contrarias al liberalismo. Como resultado, nuestra economía ha caído más allá del puesto setenta, tenemos un tercio de la población en la pobreza, inflación desbordada, deuda externa recurrente, un nivel de desocupación de dos dígitos, decadencia de los valores éticos y morales, inseguridad creciente y una estructura del Estado compatible con una nación que tuviera una población de 400 millones de habitantes y no 44.

En este punto del análisis podemos hacernos la siguiente pregunta: ¿Es posible implementar nuevamente en Argentina, y en forma inmediata, una política económica y social basada en el liberalismo? Lamentablemente considero que no, dado que esta sociedad no dispone de una masa crítica de individuos, suficientemente formada y extensa, que posibilite poner en práctica el modelo liberal en forma inmediata y no traumática.

Para entender el concepto de masa crítica, analicemos las empresas. En ellas existe un conjunto de individuos que son imprescindibles para llevar adelante las actividades esenciales. Sin esa masa crítica la empresa no puede funcionar, aun cuando el resto del personal se encuentre presente. En forma similar, el modelo liberal requiere de una masa crítica de individuos, además de un marco jurídico estable y mínima injerencia del Estado, que posean las siguientes características: disciplina, idoneidad en su actividad, capacidad para trabajar en equipo, responsabilidad, respeto a las leyes y las normas, cultura del trabajo y del esfuerzo personal. Comparemos la sociedad actual y nos daremos cuenta de que son pocos los que cumplen con estas características.

El autor marxista Antonio Gramsci aconsejó a los socialistas, con muy buen criterio: «Tomen la cultura y la educación y el resto lo obtienen por añadidura», y eso fue lo que hicieron especialmente en nuestro país, con notable éxito hasta el presente, generando un clima de ideas en los ámbitos educativo, intelectual, político y por supuesto en el periodismo, abiertamente estatista, populista y contrario a la economía de mercado, como si la riqueza fuera creada por el Estado o un poder extraterrestre y no por la actividad privada de los ciudadanos y las empresas.

La educación es el instrumento esencial para producir el cambio en el clima de ideas. No obstante, si quisiéramos que la educación se asemeje a la de países desarrollados, se requeriría de un giro en la política educativa de 180 grados, y eso a los políticos no les interesa, pues implica comprarse un conflicto hoy para recoger los frutos recién en un futuro lejano. Solo los estadistas como Sarmiento lo han encarado.

Por último, para dejar un mensaje esperanzador a nuestros lectores consideremos que Argentina es uno de los países con mayores recursos naturales del planeta, por lo cual, luego de un par de cosechas exitosas, Vaca Muerta funcionando y un dólar estable, nadie se acordará de este tema ríspido de la masa crítica, de la competitividad empresarial y mucho menos de la educación. De esta forma, podemos comenzar un nuevo ciclo de políticas populistas, subsidios, sofisticados impuestos progresivos, retenciones, piquetes, planes sociales, normas laborales retrógradas y regulaciones arbitrarias.

Es muy acertada la frase de Albert Einstein: «Locura es hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener diferentes resultados». Eso sí, para los que conocen de fútbol, seguiremos jugando en el concierto de las naciones en la primera C por mucho tiempo más.

Fuente: Rubén Fusario- Profesor titular UBA – UTN