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El gueto de Varsovia en armas, símbolo de la lucha por la dignidad humana

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El levantamiento de la resistencia judía, que se negó a terminar su vida en la maquinaria de muerte de Hitler, cumple 76 años en pleno auge del antisemitismo «incurable» de Europa.

«En enero, habrán pasado seis meses desde que comenzaran las deportaciones desde Varsovia. Todos recordamos cómo 300.000 de nuestros hermanos y hermanas fueron llevados a morir al campo de Treblinka. Hemos recibido información de la destrucción de los judíos en los territorios ocupados. Los nazis sólo nos han dejado vivir para usarnos como mano de obra hasta nuestra última gota de sangre y sudor. Somos esclavos y cuando los esclavos dejan de ser rentables se les mata. (…) ¡Que la gente se levante y luche por su vida! ¡Que toda madre sea una leona defendiendo a sus pequeños! ¡Que ningún padre tenga que ver en silencio derramar la sangre de sus hijos!».

Hacía tiempo que Mordechai Anielewicz y los casi 60.000 judíos que subsistían en el gueto de la capital polaca en 1943 sabían que el destino de aquellos a los que los nazis obligaban a subir a los vagones de tren no eran los campos de trabajo, sino el exterminio en masa. La Organización de Combate Judía que comandaba Anielewicz llamaba en enero a las armas a sus compatriotas hacinados tras los muros que cercaban el gueto desde 1940, ante la inminencia de nuevas deportaciones a Treblinka. Sería un acto de resistencia desesperada, casi suicida, para defender lo único que aún no les había sido arrebatado. Y con un único objetivo: el de vender su vida a los nazis al precio más alto posible.

Las organizaciones de resistencia judías repelieron en enero sorpresivamente a las tropas alemanas en su nuevo intento por ‘vaciar’ el perímetro y retomaron el control del gueto. Menos de un millar de partisanos con experiencia en combate -armados con pistolas, revólveres, una docena de fusiles viejos, cócteles molotov, una sola ametralladora y granadas suministradas de contrabando por la Armia Krajowa, el Ejército Nacional Polaco- obligaron a los alemanes a retirarse y solicitar refuerzos. Más de 2.000 soldados, 36 oficiales, tanques, lanzallamas, armas químicas y artillería para preparar el asedio a 3,4 kilómetros cuadrados.

RESISTENCIA ESPIRITUAL

La noche del 19 de abril las tropas nazis avanzaron. La resistencia del gueto logró destruir dos tanques y agoniza durante cuatro días. Anielewicz escribía el día 23 en su última carta antes de morir: «Es imposible describir las condiciones bajo las que están viviendo los judíos del gueto. Sólo unos pocos podrán resistir. En todos los lugares en los que están escondidos no hay apenas aire para encender una vela. Sin embargo, el sueño de mi vida se ha hecho realidad. La autodefensa del gueto, la resistencia armada judía y la venganza son un hecho. He sido testigo de la magnífica y heroica lucha de los judíos en combate».

Durante un mes, la destrucción y la muerte se sucedieron a diario con la quema de edificios, los asesinatos y las deportaciones. La resistencia pasó a emplear tácticas de guerrilla escondidos en los sótanos o las alcantarillas, conviviendo con cadáveres y alimentándose de ratas. El 16 de mayo el general Jürgen Stroop dio por concluido el alzamiento con la destrucción de la Gran Sinagoga de la calle Tlomacka. El total de bajas es incierto, pero se calcula que los alemanes perdieron centenares de soldados mientras ‘desmantelaban’ el gueto.

La resistencia judía fue armada y espiritual. Durante los tres años de hacinamiento la comunidad creó instituciones culturales, continuó con sus prácticas religiosas y siguió editando su propio periódico. Sin embargo, el intento en un principio del Judenrat (Consejo Judío) de mantener cierta rutina, -puso en marcha una orquesta sinfónica y organizó un teatro que representó obras clásicas- chocaba sobremanera con la realidad diaria -cadáveres de niños y ancianos muertos de hambre y frío en las calles-. Las raciones de comida de apenas 200 calorías por día, la pobreza, las condiciones insalubres y las epidemias de fiebre tifoidea, mataron al 10% de la población del gueto antes de que comenzaran las deportaciones en masa.

De las cerca de 450.000 personas que llegó a contener, sólo quedaron unos pocos supervivientes. Muchos de ellos participaron un año y medio después en el levantamiento de toda la capital polaca, inspirado por el del gueto y con similar resultado: la ciudad quedó totalmente arrasada desde el aire.

ANTISEMITISMO, UNA «ENFERMEDAD INCURABLE»

Antes de la guerra, tres millones y medio de judíos representaban el 10% de la población polaca, y en Varsovia la tercera parte era judía. Hoy, en el país residen 30.000 o 40.000 y en la capital entre 5.000 y 7.000. «Nunca recuperaremos la comunidad judía que había en Polonia antes de la ocupación», se resigna Leslaw Piszewski, presidente de la Comunidad Judía en Varsovia, en una conversación con este diario. «Hace 25 años, en la sinagoga sólo había 10 viejitos que no hablaban más que ‘yiddish’, la gente seguía teniendo miedo al mencionar sus raíces. Todo ha cambiado, ahora somos una sociedad abierta que cuenta con toda la infraestructura para que funcione una comunidad, y con muchos jóvenes», explica.

Sin embargo, reconoce que en su país «a veces se nos hace recordar que somos diferentes» y denuncia que Polonia no tiene una política hacia las minorías étnicas y que es un asunto de poca relevancia para el Gobierno. «En mi opinión, el antisemitismo persiste en la sociedad polaca. Quizá muchos no se reconozcan abiertamente como antisemitas, pero no reaccionan de forma adecuada contra los delitos de odio y tampoco lo hace el Gobierno».

Este aumento de comportamientos antisemitas en Europa también ha sido advertido por la Comisión Europea. «El siglo XX conoció muchas enfermedades. La única que sigue incurable es el antisemitismo», declaró en diciembre de 2018 el vicepresidente Frans Timmermans, a raíz de un estudio que aseguraba, según nueve de cada 10 judíos, que en los últimos cinco años esta tendencia ha progresado.

Piszewski advierte de la necesidad de mantener y fomentar las visitas a los testigos del horror imperecederos como Auschwitz o Treblinka. «Como mucho en una generación, quienes sobrevivieron a esa máquina de matar nunca antes vista en el mundo no van a existir, no vamos a tener testigos. Es nuestro deber como sociedad global preservar en la memoria colectiva hasta dónde llegamos por culpa del odio humano, del totalitarismo, de los sistemas que se tomaron el permiso de decidir quién puede vivir y quién no. Si no lo hacemos, será un crimen más que cometeremos en la memoria humana».

Fuente: El Mundo