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Los liberales y el voto

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Cuando votamos no solo estamos decidiendo sobre nuestra vida —algo perfectamente legítimo—, sino especialmente sobre la vida de los demás —algo totalmente ilegítimo—

El liberalismo es una filosofía política que aboga por salvaguardar la libertad de las personas en todos los ámbitos de su vida: solo así es posible conseguir que cada individuo sea respetado por el resto a la hora de orientar su existencia hacia aquellos objetivos que personalmente considera más valiosos. O expresado de otro modo, el liberalismo no presupone que haya modos particulares de vida que deban ser privilegiados frente a otros: cada cual respeta al prójimo a cambio de volverse acreedor de ese mismo respeto por parte de los demás.

Desde esta perspectiva, los liberales tenderán a reputar toda votación acerca de cómo han de gestionarse nuestros Estados hipertrofiados no como una fiesta de la democracia, sino como un festín del liberticidio. A la postre, cuando votamos no solo estamos decidiendo sobre nuestra vida —algo perfectamente legítimo—, sino especialmente sobre la vida de los demás —algo del todo ilegítimo desde un punto de vista liberal, máxime si no se está votando sobre asuntos que son irreductiblemente comunes–. Siendo así, la única opción realmente coherente para un liberal ante unos comicios electorales sería apoyar a aquellas formaciones que quisieran impulsar la extensión de la libertad en ‘todos’ los ámbitos de la vida de las personas: «más libertad para todos» es el único lema electoral con el que puede sentirse realmente a gusto un liberal.

Pero, con la honrosa excepción de formaciones como el Partido Libertario, esas candidaturas genuinamente liberales no existen a día de hoy. Los programas de todos los partidos mayoritarios conforman un mix de medidas dirigidas a ampliar algunas libertades y de medidas orientadas a reprimir otras. Al respecto, la siguiente tabla comparativa (cortesía de LibertadTV) nos muestra cuál la posición de los cinco partidos políticos mayoritarios respecto a múltiples facetas de la libertad individual, tanto en su ámbito más predominantemente económico como en su ámbito más predominantemente civil: ninguno de ellos respeta integralmente la libertad.

Con todo, acaso pudiera pensarse que los liberales harían bien en votar al «mal menor», esto es, a aquella formación menos liberticida. El problema, claro, es cómo determinar objetivamente cuál es la menos liberticida. Por ejemplo, en la imagen puede comprobarse que Vox es el partido que pretende ampliar las libertades individuales en un mayor número de ámbitos, si bien casi todos esos ámbitos son de naturaleza económica; en cambio, en las libertades de cariz no estrictamente económico (no intromisión en modelo de familia, gestación subrogada, eutanasia, regularización de la prostitución, legalización del cannabis o mayor separación Iglesia-Estado), Vox se anota un sonoro suspenso (y otros partidos, como Ciudadanos o en menor medida Podemos, aparecen algo más favorecidos). Por ello, si Vox no solo propone ampliar unas libertades, sino también restringir gravemente otras, será del todo razonable que un liberal rechace apoyarlos siempre que valore más las libertades que Vox pretende cercenar que aquellas que pretende ampliar.

Por ejemplo, si un liberal le otorga mucha más importancia a la legalización de la eutanasia o al respeto hacia los matrimonios homosexuales que a la liberalización del suelo o a la rebaja del IRPF, entonces ese liberal actuará con total coherencia al no votar a Vox; y, al contrario, si ese mismo liberal le otorga más importancia a las segundas libertades que a las primeras, entonces podría actuar coherentemente votando a Vox. Por ello, del mismo modo que puedo entender que un liberal apoye a Vox por las mayores libertades económicas que promete promover, también puede entender que otro apoye a Ciudadanos o al PSOE por las mayores libertades civiles que dicen querer impulsar. Ni Vox, ni Ciudadanos ni el PSOE son partidos liberales, pero todos son susceptibles de ser votados por liberales según cómo ponderemos cada uno las distintas libertades que están en juego.

Personalmente, he de decir que este tipo de canjes entre libertades («te habilito esta a cambio de reprimirte aquélla») me resultan harto desagradables y problemáticos desde un punto de vista moral: no porque cada uno de nosotros no podamos tener nuestra particular escala de preferencias entre libertades (cuáles valoramos más que otras), sino porque el voto supone que les estamos imponiendo (aunque sea marginalmente) nuestra escala de preferencias entre esas libertades al resto de ciudadanos, los cuales no tienen por qué compartirla. Y la libertad individual es justamente valiosa porque permite que cada cual decida de qué modo juzga más valioso configurar su vida, no la vida de los más. A la postre, ¿cómo afirmar que estamos respetando a los demás si brindamos nuestro apoyo a formaciones que amenazan con restringir la libertad de expresión, la libertad de asociación o el pluralismo político a cambio de que nos rebajen el IRPF o de que nos amplíen la libertad sanitaria? (O, al revés, ¿cómo decir que estamos respetando a los demás si brindamos nuestro apoyo a que se suba el IRPF o se restrinja la libertad sanitaria a cambio de tolerar la libertad de expresión, la libertad de asociación, el pluralismo político y otras libertades personales básicas?).

De ahí que convenga recordar la existencia de otra opción que tal vez no resulte la más apropiada desde el punto de vista estratégico a corto plazo, pero que desde luego sí constituye una forma de no mancharse las manos en tan ilegítimas componendas liberticidas: la abstención. Por supuesto, abstenerse de votar cuando muchos otros sí van a votar puede contribuir a que opciones políticas netamente liberticidas tomen el poder y cercenen las libertades individuales: pero cuando las distintas opciones políticas mayoritarias cercenan las diferentes libertades individuales de un modo difícilmente jerarquizable (qué es peor para quién), abstenerse no solo es una muy respetable posición ética —evito participar en un sistema injusto— sino también potencialmente estratégica para el largo plazo —señalizo desafección y descontento hacia un sistema injusto de raíz—.

En suma, en unas elecciones no suele haber formaciones políticas netamente liberales y, por eso, de lo que se trata es de escoger a aquel partido que subjetivamente consideramos mínimamente liberticida con respecto a las libertades que más valoramos, aun cuando otras personas, desde su legítimo e igualmente acertado punto de vista, puedan considerarlo, con máximamente liberticida con respecto a las libertades que más valoran. Por eso los liberales también contamos con otra opción perfectamente válida: dar la batalla de las ideas por una sociedad más libre y, al tiempo, abstenernos de votar a quienes, por un lado o por otro, cercenan nuestras libertades y las de nuestros conciudadanos.