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Los sentimientos liberales

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Solo un buen sistema educativo fuerte en humanidades que dote a nuestros jóvenes de un sentido de comunidad y moral compartida podrá hacer prosperar nuestra patria y fortalecer la democracia.

La historia perdida del liberalismo de Helena Rosenblatt es una oportuna lectura para estos inciertos momentos. El resurgir del populismo, la xenofobia y el antisemitismo son clara evidencia de fallas graves en nuestras democracias y en particular de la educación pública. Las atrocidades desatadas por liderazgos tóxicos, aunados a la ignorancia de las masas y sus básicas reacciones ante la insoportable incertidumbre generada por los cambios tecnológicos, las disrupciones económicas y la globalización ya nos han dejado ver antes el poder destructivo de este coctel.

Por esto, la autora nos invita a seguir a Smith o Tocqueville para que nos enfoquemos en cómo ofrecer una sólida educación en humanidades a todos nuestros jóvenes. El entrenamiento en oficios o la formación vocacional no son suficientes para formar ciudadanos. La vida en sociedad, la creación de un colectivo, de un propósito común, requiere más que habilidades para ganarnos la vida y satisfacer necesidades materiales. La formación de naciones requiere una buena educación en humanidades. El desarrollo de un lenguaje rico y pulido que permita expresar ideas y necesidades sin herir, degradar o maltratar a otros. Exponer problemas de forma clara para buscar consensos sobre sus soluciones.

La gran fuerza del liberalismo era la emotividad y nobleza de sus mensajes: una devoción por la libertad, la autonomía de todo ciudadano para decidir, su posibilidad de escoger un destino y con esfuerzo conquistarlo; y en ocasiones poder expresar descontento o desacuerdo sin jamás sentir miedo por hacerlo. Un sistema construido a partir de constituciones fundadas sobre el Estado de derecho, libertades individuales, derechos de propiedad e igualdad ante el estado y la ley son los pilares sobre los que se han erigido las sociedades más prósperas de nuestra historia. Solo China ha logrado innovación y prosperidad con restricción de libertades.

Lamentablemente ese emotivo liberalismo solidario, magnánimo y generoso ha quedado atrapado en el discurso técnico, de argumentos razonados, pero fríos; sólidos soportes estadísticos pero carentes de empatía y generosidad. Perdimos la capacidad de captar las emociones y la atención de una mayoría a quienes les urgen soluciones a sus problemas y que necesitan sentirse incluidos, reconocidos, rodeados de afecto y generosidad. Estas son las emociones que nos guían y en estos tiempos inciertos prevalecen sobre frías estadísticas. Por esto es tan fácil caer en la desconfianza y la polarización como instrumento para movilizar masas.

Si todos seguimos dudando de los motivos, intenciones, agendas ocultas de todas nuestras contrapartes, nadie termina haciendo lo que le corresponde. La productividad y prosperidad no son el resultado exclusivo de tecnología, o procesos que hacen la producción más eficiente. Lo verdaderamente importante es una educación que nos una y facilite confiar unos en otros, un propósito común, que haga factible tener fe ciega en la especialización de unos y otros.

Lo que está pasando en Bogotá es un claro ejemplo de todo esto: la privatización de la ETB, las órdenes judiciales con el Transmilenio por la Séptima, las inexplicables demoras en la contratación de la PTAR son todos frutos amargos de la desconfianza. Hemos caído en celebrar como gran victoria el que nunca se logre hacer nada. Solo falta que otra vez más fracasemos en poder arrancar el metro para hacer más evidente la parálisis de nuestra desunión.

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