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[Opinión] El Liberalismo en el que creo

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Hay que comenzar por una justa aclaración: éste no es un texto de filosofía política, materia en la que me confieso ignorante y aunque algunos rasgos debe tener de la misma, tratándose al fin de cuentas, de una aproximación ideológica al liberalismo igualitario en el que confieso simpatía, no llega a dibujo de mi pensamiento, sino apenas a un boceto.

El liberalismo en el que creo es un conjunto de ideas, pero sobre todo, principios que constituyen conductas, tanto públicas como privadas. Tiene su base en la convicción de que la pluralidad le es inherente al hombre en sociedad y que ésta misma es una fortaleza que permite el progreso, un progreso parsimonioso pero inevitable, en una constante de resistencias que más que impedirlo, le dan sentido. Este mismo liberalismo ve pues la diversidad como un ingrediente inseparable de la vida pública y supone las diferencias como necesarias para la colaboración, el diálogo es su idioma y la deliberación, el objeto de todo desencuentro intelectual.

Para el liberalismo al que me acerco, la igualdad pura y llana enunciada por la ley no basta. No es suficiente el derecho sí no las condiciones mismas que permiten esa igualdad normativa no existen. Para ello, un conjunto mínimo de bienes materiales y servicios son indispensables y el Estado tiene obligación de proveerlos, o en el menor de los casos, procurar que todos gocemos de ellos, contribuyendo desde la redistribución de los recursos finitos disponibles, a la justicia social, no sin exigir corresponsabilidad a los beneficiarios, partiendo de la idea de que nunca será suficiente el erario si el ciudadano no se convierte en agente de cambio, de su propia realidad y de la problemática comunitaria.

El liberalismo que pretendo exponer, no tolera la corrupción, cáncer del Estado de Derecho, que lo inhabilita para garantizar la libertad y procurar la igualdad. El Estado de Derecho Constitucional, entendido en su más moderna concepción, es el instrumento predilecto del liberalismo político, no postrado ante el mercado, pero tampoco adicto al Estado: el equilibrio entre ambos, es la vía, siempre dispuestos a los ajustes que en ambos lados de la ecuación, son necesarios.

Los derechos humanos, concepto universalista y logro de la ilustración, son las ideas que más se acercan al dogma en este liberalismo, sin que se impida su análisis, evolución e interpretación constante. Por supuesto, contempla a todas sus generaciones, sin que éstas los hagan divisibles, sino siempre complementarios, articulados y necesarios, unos con los otros. Por lo que al derecho fundamental de la raza humana, le es indispensable el reconocimiento de los derechos de otras razas no humanas, mostrando como uno de las características básicas de este liberalismo, la empatía más allá de sus iguales, traspasando las fronteras de las especies, para situarse en su máxima expresión: la responsabilidad que la razón le otorga frente al mundo que comparte y del cuál es inseparable su propia existencia. Este liberalismo no es simpatizante de la riqueza extrema y aborrece la pobreza. Su ideal de clase es la media, sin que por ello desprecie y menos aún, combata a la alta; entiende así mismo que su status es solo sostenible sí contribuye a engrosar sus filas, por lo que convidar a los más necesitados de sus beneficios, es un objetivo siempre claro.

Este liberalismo, siendo más explícitos de lo ya escrito, entiende a la democracia como un conjunto de valores, en el que cada día más las mayorías son una alianza de minorías heterogéneas y menos una masa homogénea, por lo que para la supervivencia de todos, las mayorías deben ajustarse a reglas que permitan a las minorías competirles siempre el poder. Así pues, la democracia no es un sistema de mayorías, sino uno de minorías, ajustadas, articuladas y representadas en la pluralidad, partiendo de objetivos comunes y dirimiendo las diferencias con civilidad y estricto apego a los principios de los derechos humanos.
El liberalismo en el que creo tiene hoy grandes retos frente a sí: ha abandonado la calle y se ha postrado en debates entre sus iguales, sin entender la necesidad de volver al frente, a convencer de sus bondades y a exponer sus defectos en búsqueda de contribuciones que le permitan superarlos. Este liberalismo (igualitario, socialdemocracia, tercera vía o cómo le quiera llamar sí es que se ajusta a alguno), requiere como nunca dejar de ser idea y transformarse en práctica.

Posdata necesaria: no pienso dejar de pensar mientras esté vivo, gozando aún de juventud, no solo es probable, sino seguro que estas ideas mejoren, cambien y en no pocas ocasiones, contrasten. No renuncio a la posibilidad del cambio.

 

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