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[OP] Otra victoria del liberalismo

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«Preparémonos para un gran espectáculo, un enfrentamiento entre demagogia, ciencia, ignorancia, intereses bien entendidos, cálculos electorales y el futuro de la Unión Europea. Será una oportunidad para que mujeres y hombres de Estado demuestren que realmente lo son»

Después de veinte años de negociaciones, la Unión Europea y Mercosur han anunciado un acuerdo de libre comercio. ¿Por qué se ha necesitado tanto tiempo para concluir -si los Estados ratifican el pacto- lo que será un buen negocio tanto para los países europeos como para Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay, los cuatro países de Latinoamérica implicados? Resulta que, por un lado, están la ciencia y la experiencia económica, y por el otro, intereses privados a veces caricaturizados con el término lobby. Pero ambos son legítimos y respetables.

En primer lugar, la ciencia. Desde la publicación de «La riqueza de las naciones» del escocés Adam Smith en 1769, sabemos que el comercio internacional no es un juego de suma cero, sino que enriquece a todos los socios; es el milagro de la división del trabajo. Adam Smith no lo inventó, pero lo comprobó en Gran Bretaña y en Francia en su época. Desde entonces, los países abiertos a los intercambios han prosperado y los países replegados sobre sí mismos han decaído: dos siglos y medio de historia económica dan fe de ello sin ambigüedad.

Si fuera tan sencillo, nadie protestaría contra el libre comercio, pero hay quien lo hace. Y hay que escucharlos. El intercambio, como la innovación, transforma los hábitos, desplaza las profesiones y perturba la existencia y la geografía. Por término medio todos se benefician, pero nadie vive «por término medio». Los tejedores de Francia e Inglaterra que fueron sustituidos por máquinas en el siglo XIX no se conformaron y se rebelaron, lo que es comprensible. Del mismo modo, los tejedores indios expulsados por las importaciones británicas no se convirtieron en partidarios del Imperio. Por consiguiente, las víctimas, o víctimas en potencia, se organizan y defienden sus intereses.

A la larga, el libre comercio está ganando de todas formas, porque, por término medio, acabará por aumentar el nivel de vida de todas las poblaciones expuestas a la competencia, incluidos los tejedores, una vez que hayan cambiado de profesión. De modo que no es tanto esta competencia lo que los gobiernos deben manejar con prudencia, sino la transición. La educación pública, la solidaridad, tienen como función esencial ayudar a las personas a enfrentarse a la brutalidad de la innovación y el comercio exterior. Lo que, con un lenguaje pomposo, se denomina guerras comerciales son siempre temporales y cesan cuando las partes en conflicto se dan cuenta de que solo se perjudican a sí mismas.

Los veinte años de discusión sobre Mercosur reflejan pues una lucha entre los defensores legítimos del interés general y los defensores igualmente legítimos de los intereses particulares. En cualquier caso, es una pena que los pueblos no hayan estado mejor preparados para este tratado durante estos veinte años y que la conclusión llegue como algo inesperado. Una conclusión necesaria, a la que Donald Trump habrá contribuido mucho.

A su pesar. Los ataques del presidente de Estados Unidos al libre comercio animaron a los europeos y a los latinoamericanos a seguir adelante. No por espíritu de contradicción, sino para salvar ese motor de crecimiento que es la globalización económica. Si Estados Unidos se cerrara, la alianza eurolatinoamericana sería una alternativa parcial.

¿Cuáles serán las consecuencias prácticas de este tratado? Permitirá a los países del Mercosur exportar a Europa sus conocimientos, especialmente en el sector agrícola y agroalimentario. ¿Y los agricultores europeos? Deberán destacar en la especialización, el mercado de alta gama y las grandes marcas. Con todo, ya iba siendo hora de que los europeos tomaran el relevo de una América en crisis. Y no solo en el ámbito económico. En un momento en que, en la cumbre del G-20 -una extraña entidad que incluye a Argentina pero no a España-, Trump abraza a los dictadores de Rusia, Arabia Saudí y Corea del Norte, era necesario que los europeos recordáramos nuestros valores y nuestro talante.

Debemos a Donald Tusk, el buen Donald, haber respondido a Putin. Este declaró, básicamente, que el liberalismo y el progresismo estaban superados. Tusk replicó que la dictadura y la oligarquía no son el futuro de la humanidad. No es casualidad que Tusk se mostrara tan tajante. Tusk, presidente del Consejo (el Ejecutivo europeo), es polaco, y los polacos saben lo que significa la democracia, porque aún tienen reciente el recuerdo de su ausencia. Del mismo modo, en Asia, los partidarios más activos de la democracia liberal son los taiwaneses y los hongkoneses. La democracia liberal es tan necesaria como el aire que respiramos. Pero es igualmente invisible: solo cuando nos la quitan descubrimos que la necesitamos.

Queda por convencer a los gobiernos y los parlamentos de todas las naciones afectadas por este proyecto de tratado de que lo ratifiquen. Preparémonos para un gran espectáculo, un enfrentamiento entre demagogia, ciencia, ignorancia, intereses bien entendidos, cálculos electorales y el futuro de la Unión Europea. Será una oportunidad para que mujeres y hombres de Estado demuestren que realmente lo son. En cuanto a la tribu liberal, eternamente minoritaria e históricamente ganadora, le queda por cumplir su claro papel de pedagoga.

Fuente: ABC.es