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Macron aborda la delicada reforma de las pensiones

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El presidente francés, reforzado en las encuestas, intenta evitar el regreso de la tensión en la calle.

Emmanuel Macron quiere tomárselo con calma. Para abordar la delicada reforma de las pensiones, se tomará su tiempo. El presidente de la República ha aprendido la lección de los chalecos amarillos, la revuelta que evidenció su desconexión con un sector de la ciudadanía francesa. En esta rentrée, o inicio del curso político, está dispuesto a escuchar a los sindicatos y a abrir un diálogo con los ciudadanos. Tiene buenas cartas. La oposición no levanta cabeza, su popularidad se recupera y la economía resiste por ahora a las amenazas globales.

“Nada está decidido”, dijo Macron hace unos días. Y este es el espíritu con el que el presidente y su Gobierno preparan una reforma que amenaza con sacar a los franceses a la calle y que, si se salda con éxito para el presidente, será uno de los legados tangibles del quinquenio. “Se trata menos de una reforma del sistema de pensiones que de una refundación”, declaró el miércoles el primer ministro, Édouard Philippe, al término de más de cuatro horas de «seminario gubernamental» para fijar las prioridades de curso. Y añadió: “Una refundación no se hace de manera precipitada ni de manera vertical”. Cautela, diálogo, más humildad y voluntad de escucha, y un mayor protagonismo del primer ministro, a veces relegado en el pasado: el Palacio del Elíseo cambia de método.

Hace dos años, Macron llegó al poder con el pie en el acelerador y un ímpetu que era fácil confundir con arrogancia. En pocos meses impuso, sin apenas resistencia, reformas como la del mercado laboral o la de la SNCF, la compañía de ferrocarriles públicos. Un año y medio después de llegar al Elíseo, en noviembre de 2018, irrumpieron los chalecos amarillos, y todo cambió. Su popularidad se hundió, afloraron dudas sobre su capacidad de transformar Francia como prometía en campaña e incluso su liderazgo europeo se tambaleaba. La respuesta consistió en organizar el llamado ‘gran debate nacional’, miles de reuniones con ciudadanos por todo el país, y en gastar 17.000 millones de euros en medidas para apaciguar el malestar social.

El malestar no ha desaparecido, pero solo un puñado de ‘chalecos amarillos’ se congregan ya cada fin de semana en algunas ciudades, y el movimiento bordea la irrelevancia. Esto no significa que no pueda encenderse la mecha de nuevo, o que surja por sorpresa otro movimiento. Pero han dejado de ser un problema para el presidente. El verano ha clarificado su posición. En julio, durante el nombramiento de los cargos más relevantes en Bruselas, recobró su papel central en la Unión Europea. El éxito organizativo del G7 en Biarritz, a finales de agosto, realzó su influencia internacional. Su cuota de popularidad, que llegó a caer al 23%, ha recuperado el nivel previo a los ‘chalecos amarillos’, en torno al 38%, según un sondeo del instituto Ifop.

Este el contexto en el que Macron afronta la reforma de las pensiones, uno de los ejes de su programa electoral, y un asunto explosivo en Francia porque significa tocar a los pilares del modelo francés. El método es, esta vez, distinto al de la reforma laboral o la de la SNCF. Durante un año y medio, Jean-Paul Delevoye, un veterano político de centroderecha que fue ministro con Jacques Chirac, preparó un informe por encargo de Macron. El informe, publicado en julio, recomendaba aumentar la edad de jubilación de los 62 años actuales a los 64. Después Macron sugirió que, mejor que fijar una edad de jubilación, sería contabilizar los años contribuidos.

El núcleo de la reforma es la desaparición de los 42 regímenes de pensiones actuales, en función de la profesión o el estatus, y su fusión en uno solo. El objetivo es poner en marcha, en 2025, el llamado “sistema universal por puntos”: que cada euro contribuido dé pie a los mismos derechos. No se cuestiona el carácter público ni el método por el cual los activos pagan las pensiones de los jubilados, pero sí su sostenibilidad, un debate recurrente desde hace décadas. Esta semana Delevoye —político arquetípico del “viejo mundo” tan vilipendiado por los macronistas durante el ascenso al poder— se ha incorporado al Gobierno francés con el título de Alto Comisario para la reforma de las pensiones.

Desde este jueves, con los sindicatos, y más tarde con los ciudadanos con un ‘gran debate’ inspirado en el de los chalecos amarillos. El proceso de concertación puede alargarse durante meses. Cualquier error puede ser fatal para el presidente. De ahí que evite acelerar y que insista en que ha bajado del pedestal. «Entre las causas profundas de la fiebre que atraviesa este país está la cuestión mayor del miedo al desclasamiento. Y la reforma de las pensiones es claramente una fuente de inquietud para los franceses, aunque sus contornos no estén claros», dice al diario Libération Frédéric Dabi, del instituto Ifop.

La mayoría aplastante de La República en marcha (LREM), el partido de Macron, en la Asamblea Nacional, y un mandato presidencial que expira en 2022, le garantizan una continuidad inimaginable en los países vecinos. La economía francesa, menos dependiente de las exportaciones, crece más que la alemana, y el desempleo ha caído al nivel más bajo en una década. Con la canciller Angela Merkel en retirada, Reino Unido en el laberinto del Brexit, Italia en proceso de formación de un nuevo gobierno, y España con un presidente en funciones, Macron aparece como uno de los pocos focos de estabilidad en Europa, y lo aprovecha.

Fuente: El País