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El conservadurismo de la izquierda chilena

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Una de las características distintivas de la izquierda chilena es su conservadurismo. Sus dirigentes se aferran a ideas y actitudes del pasado.

Muchos de ellos tienen una posición retrógrada que no reconoce que los nuevos tiempos son diferentes. Se resisten a aceptar que las cosas han cambiado y que hay que prepararse para un mundo completamente distinto al que hemos vivido, un mundo tecnificado y automatizado, un mundo donde máquinas inteligentes harán el trabajo que hasta ahora hacían seres humanos, un mundo donde la economía de mercado será prevaleciente y donde los aumentos de productividad y eficiencia serán un requisito absoluto para alcanzar el bienestar y la prosperidad. En vez de pensar en este futuro y de cómo enfrentarlo, los líderes de nuestra izquierda tienen una actitud llena de nostalgia; quieren rescatar un tiempo que se quedó incrustado en su memoria.

Ya pronto tu empleo desaparecerá

Piense usted en los discursos de la mayoría de los dirigentes políticos de la izquierda, tanto de la Nueva Mayoría como del Frente Amplio. Son discursos que no contienen ni una sola palabra sobre la revolución tecnológica en marcha, y sobre el hecho de que esta resultará en una enorme pérdida de empleos entre los chilenos de los más diversos niveles sociales y educativos. Desconocen, a propósito o por pura ignorancia, que las habilidades requeridas para sobrevivir en el siglo XXI son completamente diferentes a las que otorga el anquilosado sistema educativo chileno. En vez de enfrentar este problema con seriedad, de pensar en soluciones verdaderas, de desarrollar un plan que permita sortear con éxito este terremoto tecnológico, los líderes de la izquierda nos llenan de consignas de tiempos pretéritos.

Un ejemplo clarísimo es la reforma laboral. Este fue un ejercicio guiado de principio a fin por la nostalgia. Un intento porque Chile volviera a ese pasado donde los sindicatos eran enormemente fuertes y donde la Central Unica de Trabajadores roncaba con potencia. Como me dijo un alto asesor de la Presidenta: «De lo que se trata es que los dirigentes sindicales tengan el rol que tenían en 1973». Pero ese mundo ya no existe. Es imposible que en las circunstancias actuales, con las nuevas tecnologías, con la profusión de robots y con la automatización, los sindicatos tengan el mismo rol que tenían en los años 70. Esto no sucede en ninguna parte del mundo; ni en Escandinavia, ni en los países asiáticos, ni en los anglosajones, ni en aquellos con la tradición socialdemócrata europea. Tampoco es posible en Chile.

Y a pesar de esto, no hay un solo aspecto de la reforma laboral que contemple, siquiera mínimamente, el hecho de que en pocos años más de la mitad de los empleos chilenos serán reemplazados por máquinas manejadas por inteligencia artificial, por algoritmos sofisticados o por robots.

¿Cómo se adaptarán los trabajadores a este hecho ineludible? ¿De qué manera enfrentaremos la competencia internacional de aquellos países que sí serán capaces de reeducar a su fuerza de trabajo? ¿Qué incentivos da la ley para que empresas y sindicatos trabajen conjuntamente para readecuar las habilidades de los trabajadores y de esa manera no pierdan sus empleos?

En un estudio reciente (de enero del 2017), la prestigiosa consultora internacional McKinsey calculó que con las tecnologías ya existentes -vale decir, ni siquiera estamos hablando de los cambios que vienen-, un 51% de los empleos chilenos podría ser reemplazado por máquinas inteligentes. Este es un tema sobre el cual escribí en estas mismas páginas hace más de un año; el hecho de que ahora se ha refrendado por McKinsey es reconfortante, pero no cambia la situación de absoluta falta de preparación en Chile para lo que se viene por delante.

El apoyo a las tiranías

Pero la ausencia de una visión sobre el futuro, y el no considerar los avances tecnológicos y las nuevas ideas, es sólo parte del problema. Hay actitudes de los líderes de nuestra izquierda que son aún peores. Porque convengamos que en pleno siglo XXI, apoyar a las tiranías -a Nicolás Maduro, a Raúl Castro- es enormemente retrógrado. Pero ahí están los dirigentes de la izquierda autóctona, negándose a censurar las violaciones sistemáticas de los derechos humanos por parte del régimen chavista. Ahí están los dirigentes del Frente Amplio, alabando la imagen de Fidel Castro, un tirano como ha habido pocos, luego de su muerte.

Pero hay más: varios de los dirigentes de la izquierda tienen una actitud retrógrada respecto de los temas de género. Sin ir más lejos, uno de los precandidatos a la presidencia del Frente Amplio se refirió a las trabajadoras de ciertos cafés céntricos como «productos». No habló de ellas como empleadas o como mujeres; se refirió a ellas como si fueran mercancías. Y no lo hizo porque fuera un partidario del modelo neoliberal de mercado; sus palabras no fueron otra cosa que un reflejo de una actitud machista y retrógrada.

No hay nada más conservador que el que un político defienda intereses corporativos, por encima de aquellos que son beneficiosos para el país como un todo. Y eso es, exactamente, lo que muchos de los dirigentes políticos de la izquierda -y en especial los de la llamada bancada joven- han hecho respecto de la reforma educacional. La exigencia de gratuidad generalizada, por encima de entregarles recursos a familias pobres que no pueden enviar a sus hijos a salas cuna o jardines infantiles, o a los ancianos que reciben pensiones indignas, sólo puede caracterizarse como una actitud de conservadurismo político.

El oportunismo socialista

Pero entre todo lo que ha sucedido en el último tiempo, lo más preocupante, por su oportunismo y su actitud retrógrada, es la actitud del comité central del Partido Socialista respecto de las elecciones presidenciales.

Para empezar, el haber obligado a Fernando Atria y a José Miguel Insulza a bajar sus precandidaturas fue de un autoritarismo indigno de un partido político que se dice progresista. En segundo lugar, el haber tramitado, sin nunca darle luces claras, a Ricardo Lagos, muestra una actitud sibilina y reñida con la transparencia política, con la democracia y la modernidad.

No hay nada más moderno y democrático que contrastar ideas, que entrar al debate limpio y abierto, que discutir hasta más no poder, y someter esas ideas al juicio de los militantes. Pero a través de triquiñuelas, retrasos, trámites y más trámites, el comité central del Partido Socialista negó la discusión e impidió que los programas de estos tres militantes insignes fueran debatidos abiertamente y con claridad.

Nótese que lo que se objeta aquí no es el haberle dado la espalda a Ricardo Lagos. Lo que es deplorable es otra cosa: es haber restringido una conversación sobre doctrinas, ideas, visiones y políticas futuras, conversación que hubiera sido de enorme utilidad para todo el país.

El Partido Socialista tiene el derecho de elegir al candidato que quiera. Si así lo desea, puede transformarse en el representante máximo de lo que el rector Carlos Peña ha llamado «la izquierda light». Pero lo lamentable es que por puro oportunismo, tan sólo por una cuestión de encuestas y de probabilidades de triunfo, haya decidido romper con una rica tradición histórica al no proponer a alguien de sus propias filas para que lidere a su coalición. La única reacción posible ante las decisiones del comité central del Partido Socialista es decir que nos muestra «un presente vergonzante».

 

Sebastian Edwards

Investigador Centro de Estudios Publicos